La Habana para todos los tiempos

febrero 17, 2012

Por: Eusebio Leal Spengler

Foto de Alexis Rodríguez

Es mi oficio, mi deber y sobre todo mi pasión hablarles de La Habana, de nuestra Ciudad, de la capital de Cuba.
Ante la visión de la ciudad surgen muchas expectativas que siempre comparto porque nacen precisamente de la preocupación, del amor de la gente por esa ciudad en que viven y por esa otra en que quisieran vivir. Me alegran esos sentimientos acumulados y me siento feliz de que muchos lo compartan; es una urgencia y una necesidad que esa preocupación se lleve a la base del barrio, a las asambleas de circunscripción, al seno de la familia, que sea un problema de todos.

Ese es precisamente el sentimiento que motivan estas palabras. En noviembre nos acercamos a un nuevo aniversario de aquel día de 1519, en que según la tradición, esta ciudad celebró cabildo, -quiere decir reunión de gobierno- y primera misa –evento religioso trascendente en la civilización hispana y europea- en un área de lo que es actualmente la Plaza de Armas, donde está un floreciente y joven árbol de Ceiba que hoy amenaza con abrazar con sus ramas el propio edificio del Templete.
¿Pero qué quiere abrazar de verdad la Ceiba? ¿Al edificio o a nosotros? Yo pienso que a nosotros: el árbol es un símbolo, el de la voluntad; está en las raíces poderosas de esa enorme planta que vino para quedarse y ser sustituida por otra y otra que lo harán en sucesivas generaciones por muchos años, cuando La Habana no ya solo esté próxima –como ahora- a su medio milenio, sino cuando otros conmemoren una ciudad de ochocientos, de novecientos o de mil años.
¿Qué será entonces de La Habana, o de nosotros y de nuestra memoria? Seremos recordados en la medida en que hayamos aportado a la ciudad algo realmente positivo y útil. Algo positivo en lo intangible, en lo educativo, en la memoria de sí misma, en la memoria de nosotros, en sus monumentos y espacios públicos, en sus plazas y teatros, en la memoria de sus trabajadores, de sus familias y creadores. Pero será también una memoria material, qué sería de nosotros si perdiésemos esa ciudad que amamos.
Es por eso que toda nuestra preocupación hoy es que miremos hacia dentro de La Habana, hacia todos los barrios que se constituyeron en municipios y hoy conforman la gran ciudad. Miremos el detalle y seamos capaces de protagonizar a nivel local una lucha que nos permita ser más útiles en la salvación de La Habana. No estoy hablando de que protejamos ni que cuidemos, estoy hablando de que salvemos la ciudad. Salvar la ciudad significa contribuir a construirla, apoyar toda determinación para restaurarla. Al futuro solo se puede acceder desde el pasado y yo creo firmemente en eso, cuando nos reunimos cada año y damos las vueltas a la Ceiba, estamos invocando al tiempo, estamos pidiendo fortaleza y paciencia, estamos luchando y perseverando una vez más.

Foto de Alexis Rodríguez

Hace poco una persona me decía: “me acuerdo cuando te conocí, ibas sacando bloques de piedra de las orillas del mar, ahí junto al embarcadero de Casa Blanca”. Eran piedras que pesaban unos cuanto kilos, y es que estábamos realizando la pavimentación del entorno del Palacio de los Capitanes Generales y descubrimos que una vez, cuando se deshicieron las calles antiguas, las piedras se tiraron allí, como rompientes de la ola mansa, y fuimos a buscarlas una a una. Subíamos atravesando la peligrosa Avenida del Puerto, entrábamos por la Plaza de Armas con aquella carretilla –éramos pocas personas- cargando las piedras, por eso nadie puede hacerme historias, todas las conozco, nadie puede minimizar el esfuerzo que se ha realizado porque son muchos los testigos que recuerdan escenas como esas.
Todo lo que hay costó mucho trabajo, todo lo que se ha hecho… y es un pequeño pedazo de La Habana. Me sonrojo cuando alguien dice: se restauró La Habana Vieja. Cuánto queda por hacer todavía: necesitaría otra vida, si aceptase el compromiso de seguir haciendo lo mismo que he hecho en esta. Igual que nosotros hoy pienso que hay otros jóvenes de otras generaciones capaces de cargar piedras como aquellas para luchar por la ciudad en que han nacido.

 

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