Fortalezas habaneras

junio 6, 2005

Castillo de La Punta: el señorío de una ciudad sobre el mar

En la actualidad, la Avenida del Puerto habanero comienza precisamente cuando trasponemos El Malecón, cruzamos El Prado y nos hallamos de una parte ante la explanada y de otra ante los muros y cortinas del Castillo de San Salvador de la Punta, el castillo ideado por Juan Bautista Antonelli II, hacia 1598, objeto de un trabajo intenso de restauración que le ha devuelto su posición original sobre la roca, formándose un falso foso que nos permite ver hacia atrás en el tiempo y contemplar la obra original.
Entre otras ganancias al restaurar el Castillo de San Salvador de La Punta, donde ahora se ubica el Museo de la Marinería, está la limpieza del área ocupada por el castillo que nos permite observar la cantera primitiva, sus cortes y también los restos de la obra de los canteros y alarifes que en el siglo XVI se instalaron en esta Punta como se le llamaba, en la parte sur de la bahía. Arriba El Morro y en la parte de abajo La Punta, formando con el peñón de El Morro un interesante ángulo de fuego para la protección del ingreso en la Bahía de La Habana.
La Punta, evidentemente al margen de los planos, proyectos e intenciones de Antonelli, quien colocó la piedra con su nombre sobre una de las paredes exteriores del Castillo, se ha hecho como todas las fortalezas con el tiempo. Notamos, si podemos leer lápidas de gobernadores tales como Lorenzo de Cabrera y Corvera, de Iván de Texeda, que levantaron almenas o concluyeron obras ya iniciadas; pero no podemos olvidar que en estos trabajos, y es una noticia para ustedes, limpiando las paredes que dan al Canal del Puerto, han aparecido una cantidad enorme de fragmentos de metralla y proyectiles incrustados en las paredes del Castillo que corresponden al duro bombardeo británico de 1762. También han sido hallados los cañones que apresuradamente fueron clavados en la roca y fragmentos y pedazos de los eslabones de la cadena que una vez cerraron el Puerto ante la presencia de naves foráneas o enemigas.
En la puerta principal del Castillo que ostenta sobre el dintel la Cruz de la Orden Militar de Santiago, han aparecido junto al canal de las aguas, cinceladas en la roca de diente de perro, como se le suele llamar en Cuba, otras piezas de artillería acostadas, abandonadas u ocultas, ya que como sabemos, había la costumbre en caso de presencia del enemigo y en riesgo de perderse una fortificación, de volarla, o deshacerse de la artillería. En este caso hemos encontrado unas piezas enterradas a la entrada de La Punta útiles todavía, quiere decir, con sus puntos y apoyo que ahora forman parte del Castillo en su planteo como Museo. Pero lo más interesante del actual Museo de la marinería, es que en sus bóvedas interiores contiene la exposición de los hallazgos y trofeos de los naufragios, todos los pecios que a lo largo de estos años han sido investigados en las costas de Cuba y que han aportado una cantidad de evidencias tales como monedas, lingotes de metales preciosos, piedras hermosísimas, cadenas, cerámicas, porcelanas, armas, instrumentos de navegación, sextantes.  Todo ello está expuesto en el Castillo de San Salvador de La Punta, para completar un poco la fantasía de una ciudad que no se resigna a abandonar su señorío sobre el mar.

El Castillo de Atarés

Al Castillo de Atarés llegamos ascendiendo una falda hoy en día muy dulcificada, pero en otro tiempo especialmente áspera y preparada por los constructores para que fuese realmente imposible de escalar por un enemigo que intentase asediarla por tierra o por mar. Las naves podían acercarse a este sitio pero únicamente la ciudad rendida podía admitir que un enemigo se acercase a este baluarte, toda vez que muy cerca de allí estaban los poderosos bastiones del astillero, los cuarteles de construcción del ejército, que llamamos aún hoy de San Ambrosio.
Y desde luego, el astillero naval, la gran fábrica de naves de guerra. La zona de Atarés fue tremendamente estratégica para la Ciudad de La Habana.
El castillo posee formas constructivas absolutamente modernas.
En su interior, una poderosa Plaza de Armas nos permite llegar hasta los baluartes donde fue colocada la importante servidumbre de artilleros para otros tantos cañones de bronce, que fundidos con cobres antiguos de México fueron traídos rápidamente a La Habana por orden del Rey Carlos III, para fortificar y hacer inexpugnable a un sitio la ciudad que había perdido en 1762. Para recuperarlo, tuvo que entregar La Florida y otras compensaciones a Inglaterra y a Francia.
La fortaleza de Atarés es realmente muy hermosa, pero lo más importante es la vista que se puede contemplar desde ella, del puerto y de la ciudad toda. Quizás desde ninguna proximidad de La Habana, excepto las lomas de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, se pueda ver algo como esto.
Pero ni aún desde La Cabaña, se puede ver con tanta perfección la forma de llave que tiene el Puerto de La Habana, como desde Atarés. Desde allí podemos notar perfectamente cómo la llave se prolonga hacia delante con todo lo que es su paleta y al fondo la clave de la misma llave sobre la cual descansa La Loma de Soto y el Castillo de Atarés, una fortaleza realmente preciosa, cuyas piedras no parecen haberse dañado con el tiempo como sucede en otras edificaciones.
Se conserva con absoluta entereza, lo cual nos hace pensar que los cortes fueron muy escogidos como ocurre también con el Castillo de la Real Fuerza, cuyos muros, casi 450 años después de su edificación, se conservan con extraordinaria perfección sin que al parecer, hayan sufrido absolutamente nada por el paso asolador del tiempo y de nuestro clima.

El Castillo de El Príncipe

De la serie de las fortalezas que fueron levantadas luego de la toma de La Habana por los ingleses, como San Carlos de La Cabaña y el Castillo de Atarés, me referiré a una que está totalmente fuera del recinto intramural, el definido por las murallas que en otro tiempo rodearon a la ciudad. Se trata de una edificación que jugaba un papel decisivo y determinante porque estaba en una de las más altas colinas de la urbe; determinante toda vez que La Habana está rodeada de una serie de pequeñas elevaciones como son Jesús del Monte, toda la zona de La Víbora, Guanabacoa, Jaruco… pero especialmente en esta dirección, la del antiguo Campo Vedado, aparecen unas serie de alturas de las cuales apenas nos percatamos hoy.
Por ejemplo, la antigua colina de la Pirotecnia donde se hacían las prácticas militares de explosivos y que hoy es la sede del Rectorado y los principales edificios de la Universidad de La Habana, una especie de pequeña acrópolis en el corazón de la ciudad.
Un poco después, en otra colina, se encuentra el Hospital “General Calixto García”.
Desde allí uno se da cuenta de que está sobre una altura considerable, porque se divisa claramente todo un sector amplísimo de La Habana, aún más cuando escalamos al Castillo del Príncipe que está en la antigua Loma de Arostegui.
Es uno de los apellidos más antiguos de La Habana y era usual que se nombraran las tierras con los nombres y apellidos de los señores del cabildo que poseían señoríos en la comarca habanera, lugares fértiles de cultivo.
Por la loma de Aróstegui cursaba la Zanja Real hacia La Habana Vieja.
El castillo levantado allí, también como consecuencia de la toma de La Habana por los ingleses en 1762, llevó el nombre del príncipe Carlos IV, al cual fue dedicado.
Es una fortaleza realmente muy hermosa, preparada con un sistema especial de subterráneos que le ponían en comunicación con todas las avanzadillas y puestos más apartados del castillo y que ahora, cuando podemos subir por la antigua Avenida de los Presidentes, vemos los cortes donde asoman las siluetas de los túneles hechos en ladrillo rojo y de los cuales se han realizado tantos estudios interesantes. Desde lo alto del castillo de El Príncipe, se puede ver la visión más espléndida de la ciudad interior, los restos de la muralla habanera, a partir del Campo de Marte, ya que el castillo preside prácticamente el antiguo paseo extra mural de Carlos III, comenzado con dos columnas en la calle Reina y Belascoaín.
Un paseo lleno todo de fuentes y que llevaba precisamente a la casa de descanso de los Capitanes Generales, la llamada Quinta de los Molinos, un lugar celebrado por todos, apartado de la zona más antigua de la ciudad y en cuyo paisaje se recrearon los grabadores y tomadores de apuntes de la época, porque era realmente el paseo militar una de las cosas más bellas que podían verse en la entonces Habana más moderna.Castillo de La Punta: el señorío de una ciudad sobre el mar

En la actualidad, la Avenida del Puerto habanero comienza precisamente cuando trasponemos El Malecón, cruzamos El Prado y nos hallamos de una parte ante la explanada y de otra ante los muros y cortinas del Castillo de San Salvador de la Punta, el castillo ideado por Juan Bautista Antonelli II, hacia 1598, objeto de un trabajo intenso de restauración que le ha devuelto su posición original sobre la roca, formándose un falso foso que nos permite ver hacia atrás en el tiempo y contemplar la obra original.
Entre otras ganancias al restaurar el Castillo de San Salvador de La Punta, donde ahora se ubica el Museo de la Marinería, está la limpieza del área ocupada por el castillo que nos permite observar la cantera primitiva, sus cortes y también los restos de la obra de los canteros y alarifes que en el siglo XVI se instalaron en esta Punta como se le llamaba, en la parte sur de la bahía. Arriba El Morro y en la parte de abajo La Punta, formando con el peñón de El Morro un interesante ángulo de fuego para la protección del ingreso en la Bahía de La Habana.
La Punta, evidentemente al margen de los planos, proyectos e intenciones de Antonelli, quien colocó la piedra con su nombre sobre una de las paredes exteriores del Castillo, se ha hecho como todas las fortalezas con el tiempo. Notamos, si podemos leer lápidas de gobernadores tales como Lorenzo de Cabrera y Corvera, de Iván de Texeda, que levantaron almenas o concluyeron obras ya iniciadas; pero no podemos olvidar que en estos trabajos, y es una noticia para ustedes, limpiando las paredes que dan al Canal del Puerto, han aparecido una cantidad enorme de fragmentos de metralla y proyectiles incrustados en las paredes del Castillo que corresponden al duro bombardeo británico de 1762. También han sido hallados los cañones que apresuradamente fueron clavados en la roca y fragmentos y pedazos de los eslabones de la cadena que una vez cerraron el Puerto ante la presencia de naves foráneas o enemigas.
En la puerta principal del Castillo que ostenta sobre el dintel la Cruz de la Orden Militar de Santiago, han aparecido junto al canal de las aguas, cinceladas en la roca de diente de perro, como se le suele llamar en Cuba, otras piezas de artillería acostadas, abandonadas u ocultas, ya que como sabemos, había la costumbre en caso de presencia del enemigo y en riesgo de perderse una fortificación, de volarla, o deshacerse de la artillería. En este caso hemos encontrado unas piezas enterradas a la entrada de La Punta útiles todavía, quiere decir, con sus puntos y apoyo que ahora forman parte del Castillo en su planteo como Museo. Pero lo más interesante del actual Museo de la marinería, es que en sus bóvedas interiores contiene la exposición de los hallazgos y trofeos de los naufragios, todos los pecios que a lo largo de estos años han sido investigados en las costas de Cuba y que han aportado una cantidad de evidencias tales como monedas, lingotes de metales preciosos, piedras hermosísimas, cadenas, cerámicas, porcelanas, armas, instrumentos de navegación, sextantes.  Todo ello está expuesto en el Castillo de San Salvador de La Punta, para completar un poco la fantasía de una ciudad que no se resigna a abandonar su señorío sobre el mar.

El Castillo de Atarés

Al Castillo de Atarés llegamos ascendiendo una falda hoy en día muy dulcificada, pero en otro tiempo especialmente áspera y preparada por los constructores para que fuese realmente imposible de escalar por un enemigo que intentase asediarla por tierra o por mar. Las naves podían acercarse a este sitio pero únicamente la ciudad rendida podía admitir que un enemigo se acercase a este baluarte, toda vez que muy cerca de allí estaban los poderosos bastiones del astillero, los cuarteles de construcción del ejército, que llamamos aún hoy de San Ambrosio.
Y desde luego, el astillero naval, la gran fábrica de naves de guerra. La zona de Atarés fue tremendamente estratégica para la Ciudad de La Habana.
El castillo posee formas constructivas absolutamente modernas.
En su interior, una poderosa Plaza de Armas nos permite llegar hasta los baluartes donde fue colocada la importante servidumbre de artilleros para otros tantos cañones de bronce, que fundidos con cobres antiguos de México fueron traídos rápidamente a La Habana por orden del Rey Carlos III, para fortificar y hacer inexpugnable a un sitio la ciudad que había perdido en 1762. Para recuperarlo, tuvo que entregar La Florida y otras compensaciones a Inglaterra y a Francia.
La fortaleza de Atarés es realmente muy hermosa, pero lo más importante es la vista que se puede contemplar desde ella, del puerto y de la ciudad toda. Quizás desde ninguna proximidad de La Habana, excepto las lomas de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, se pueda ver algo como esto.
Pero ni aún desde La Cabaña, se puede ver con tanta perfección la forma de llave que tiene el Puerto de La Habana, como desde Atarés. Desde allí podemos notar perfectamente cómo la llave se prolonga hacia delante con todo lo que es su paleta y al fondo la clave de la misma llave sobre la cual descansa La Loma de Soto y el Castillo de Atarés, una fortaleza realmente preciosa, cuyas piedras no parecen haberse dañado con el tiempo como sucede en otras edificaciones.
Se conserva con absoluta entereza, lo cual nos hace pensar que los cortes fueron muy escogidos como ocurre también con el Castillo de la Real Fuerza, cuyos muros, casi 450 años después de su edificación, se conservan con extraordinaria perfección sin que al parecer, hayan sufrido absolutamente nada por el paso asolador del tiempo y de nuestro clima.

El Castillo de El Príncipe

De la serie de las fortalezas que fueron levantadas luego de la toma de La Habana por los ingleses, como San Carlos de La Cabaña y el Castillo de Atarés, me referiré a una que está totalmente fuera del recinto intramural, el definido por las murallas que en otro tiempo rodearon a la ciudad. Se trata de una edificación que jugaba un papel decisivo y determinante porque estaba en una de las más altas colinas de la urbe; determinante toda vez que La Habana está rodeada de una serie de pequeñas elevaciones como son Jesús del Monte, toda la zona de La Víbora, Guanabacoa, Jaruco… pero especialmente en esta dirección, la del antiguo Campo Vedado, aparecen unas serie de alturas de las cuales apenas nos percatamos hoy.
Por ejemplo, la antigua colina de la Pirotecnia donde se hacían las prácticas militares de explosivos y que hoy es la sede del Rectorado y los principales edificios de la Universidad de La Habana, una especie de pequeña acrópolis en el corazón de la ciudad.
Un poco después, en otra colina, se encuentra el Hospital “General Calixto García”.
Desde allí uno se da cuenta de que está sobre una altura considerable, porque se divisa claramente todo un sector amplísimo de La Habana, aún más cuando escalamos al Castillo del Príncipe que está en la antigua Loma de Arostegui.
Es uno de los apellidos más antiguos de La Habana y era usual que se nombraran las tierras con los nombres y apellidos de los señores del cabildo que poseían señoríos en la comarca habanera, lugares fértiles de cultivo.
Por la loma de Aróstegui cursaba la Zanja Real hacia La Habana Vieja.
El castillo levantado allí, también como consecuencia de la toma de La Habana por los ingleses en 1762, llevó el nombre del príncipe Carlos IV, al cual fue dedicado.
Es una fortaleza realmente muy hermosa, preparada con un sistema especial de subterráneos que le ponían en comunicación con todas las avanzadillas y puestos más apartados del castillo y que ahora, cuando podemos subir por la antigua Avenida de los Presidentes, vemos los cortes donde asoman las siluetas de los túneles hechos en ladrillo rojo y de los cuales se han realizado tantos estudios interesantes. Desde lo alto del castillo de El Príncipe, se puede ver la visión más espléndida de la ciudad interior, los restos de la muralla habanera, a partir del Campo de Marte, ya que el castillo preside prácticamente el antiguo paseo extra mural de Carlos III, comenzado con dos columnas en la calle Reina y Belascoaín.
Un paseo lleno todo de fuentes y que llevaba precisamente a la casa de descanso de los Capitanes Generales, la llamada Quinta de los Molinos, un lugar celebrado por todos, apartado de la zona más antigua de la ciudad y en cuyo paisaje se recrearon los grabadores y tomadores de apuntes de la época, porque era realmente el paseo militar una de las cosas más bellas que podían verse en la entonces Habana más moderna.

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