Renacimiento de La Habana

mayo 14, 2007

Por: Lisandro Otero / Tomado de Cubanow

La Habana es una de las joyas urbanas de América. El conjunto de palacios, fortalezas, iglesias, parques y residencias que la integran no tiene paralelo en la América hispana, salvo, quizás, el conjunto similar que existe en ciudad México, en torno a la Plaza de Santo Domingo y el Portal de los Evangelistas. En Lima quedan alguna moradas excepcionales, como el palacio de Torre-Tagle, y en Bogotá existe el barrio de La Candelaria, pero la opulencia de La Habana es abrumadora. La amplitud de sus crujías, las lacerías, los gráciles arcos y las anchas galerías denotan la ostentación de una aristocracia orgullosa que deseaba demostrar su fortuna.

Originalmente la ciudad estaba rodeada de una muralla para protegerla de los ataques piratas que sufrió en más de una ocasión. Ello dio lugar a que se desarrollaran dos ciudades, una de ellas extramuros. Cuando la muralla fue demolida, en el siglo XIX, la urbe comenzó a respirar con mayor intensidad y se desbordó hacia el oeste, hacia la finca de El Vedado, del Conde de Pozos Dulces, y hacia el antiguo cacicazgo de Mayanabo, que fue bautizado como Marianao.

Esas nuevas áreas fueron favorecidas por una clase media en ascenso y la vieja ciudad comenzó a decaer. Con el curso de los años los palacios se convirtieron en solares, conventillos o casas de vecindad, los parques fueron horadados para crear estacionamientos subterráneos, algunos edificios religiosos notables, como el convento de Santo Domingo, fueron derruidos para erigir una terminal de helicópteros, los añejos claustros umbrosos se tornaron en refugio de las burocracias ministeriales.

Tras el cambio social revolucionario de 1959 un humilde y tenaz joven, apasionado por la historia de su país y por el legado precioso de sus tesoros arquitectónicos y artísticos, comenzó a excavar en los cimientos del palacio de los Capitanes Generales y descubrió un singular enterramiento con algunos huesos, espadas y botones de uniformes.

Ese fue el inicio de una obra monumental de rescate del patrimonio nacional y de reivindicación de la identidad. En un inicio sus labores no fueron bien comprendidas por todos y algunos alzaron obstáculos y censuras a aquella insólita dedicación. Aquél joven, de nombre Eusebio Leal Spengler, hoy respetado y admirado por sus conciudadanos, ha logrado devolver a la vieja ciudad sus lustres arcaicos y ha creado un museo viviente que es pasmo de visitantes y meta favorecida por el turismo mundial.

La Habana Vieja, como es conocida ahora, es un emporio económico con decenas de hoteles, restaurantes, bares, tiendas y museos que rinde una considerable ganancia mercantil. Pero es algo más que eso. Eusebio Leal pudo haber creado solamente colecciones de armerías, pinacotecas y compilaciones arqueológicas pero aspiraba desbordar ese objetivo. Creó un centro laboral importante donde los habitantes de la vetusta urbe son los guías, meseros, conserjes, porteros y camareras del complejo y han ganado una conveniente inserción social. Tampoco olvidó a niños y ancianos y entre templos y exposiciones hay numerosas escuelas primarias y albergues para longevos.

Para acometer la colosal tarea de restauración de toda una ciudad era necesario crear un ejército de arquitectos, ingenieros, albañiles, carpinteros, pintores, alarifes, ebanistas y restauradores de todo tipo. Leal se nutrió para su obra de los mejores graduados universitarios y creó escuelas para enseñar algunos oficios artesanales que comenzaban a olvidarse. El resultado está a la vista. Cuando uno acomete la placentera tarea de recorrer La Habana Vieja puede apreciar a cada paso obras en construcción, encofrados en proceso, fachadas en fase de estucado, vigas siendo ensambladas. Es una colmena inquieta, plena de dinamismo, henchida de energía creativa. Detrás de todo ello está la inmensa capacidad organizativa, la eficacia proverbial y la perseverancia obsesiva de Eusebio Leal.

Cada mañana pueden apreciarse decenas, y hasta centenares de autobuses de turismo, estacionados en el malecón habanero mientras los curiosos visitantes se adentran, cámara en mano, en las entrañas de esa maravilla palpitante que es la cuatricentenaria ciudad. Pasan satisfactorias horas envueltos en las delicias de un pasado vuelto a renacer y el espectáculo de un mundo majestuoso de grandezas olvidadas.

Eusebio Leal ha contado, desde luego, con la comprensión y sostén de un gobierno central que ha valorado y estimulado sus tareas. Ha ayudado sus tareas con una pródiga oratoria y una extraordinaria claridad expositiva, adornadas de una insólita memoria. Sus giras como conferencista, divulgador y vocero han contribuido a propagar los atributos de la ciudad. Ha recibido, también, un alto grado de reconocimiento internacional. La UNESCO declaró esa obra Patrimonio Cultural de la Humanidad. Numerosos estados extranjeros han distinguido con honores eminentes a Eusebio Leal. Pero la mayor retribución de esas virtudes suele palparse cuando se camina junto a él por las calles de La Habana Vieja y advierte en el saludo afectuoso, el acercamiento de simpatía y el estrechón de manos, pleno de calor humano, la adhesión devota de sus conciudadanos.To tackle the colossal task of restoring an entire city center, an army of architects, engineers, bricklayers, carpenters, painters, plasterers, joiners and restorers were assembled.

Havana is one of the urban jewels of the Americas. Its collection of palaces, fortresses, churches, parks and residences has no parallel in Hispanic America, save, perhaps, for the area in Mexico City around the Plaza de Santo Domingo and the Portal de los Evangelistas. In Lima there remain some exceptional dwellings, such as the Torre-Tagle Palace, and Bogotá boasts the Candelaria neighborhood, but Havana’s opulence is overwhelming. Its ample bays, traceries, graceful arches and wide galleries, illustrate the ostentation of a proud aristocracy that sought to display its riches.

A wall originally surrounded the city to protect it from the pirate attacks it suffered on more than one occasion. This gave rise to the development of two cities – one outside and one within the walls. When the wall was demolished in the 19th century, the city began to expand with greater intensity and overflowed westards to El Vedado in the Condé de Pozos Dulces, as well as toward the old chiefdom of Mayanabo, that is today’s Marianao.

A rising middle class favored the new areas and the old city began to decay. With the passing of time the palaces became “solares” or tenements, holes were punched through parks to create underground parking lots, and some notable religious buildings – such as the convent of Santo Domingo – were destroyed to make way for a helicopter terminal. The old shaded cloisters became a refuge for ministerial bureaucracies.

After the social revolutionary changes of 1959, a self-effacing and tenacious young man in love his country’s history and the precious legacy of its artistic and architectural treasures, began to excavate the foundations of the Captain General’s Palace and discovered a burial site with some bones, swords and buttons of uniforms. It was the start of a monumental job to rescue the island’s heritage and underscore its identity. At first many did not understand his efforts, and some people raised obstacles and criticized the young man’s unusual dedication. Today Eusebio Leal Spengler is, however, respected and admired by his fellow citizens after astonishing visitors by returning the old city to its former glory in creating a living museum that today attracts tourists from around the world.

Old Havana, as it is now known, is an economic emporium with scores of hotels, restaurants, bars, stores and museums that yield a considerable commercial profit. But it is more than this. Eusebio Leal need only have created old gun collections, art galleries and archaeological exhibits, but instead aspired to go beyond this and build an important and expedient labor center where the inhabitants of the old city are included in the restoration work as the guides, waiters, superintendents, porters and maids of the new Old Havana.

Neither did he forget children and the elderly. Between the monuments and exhibitions are numerous primary schools and retirement centers. To tackle the colossal task of restoring an entire city center, an army of architects, engineers, bricklayers, carpenters, painters, plasterers, joiners and restorers were assembled.

Leal took the best university graduates for the work and created schools to teach crafting skills that had begun to be forgotten. The result is very apparent. The pleasant task of touring Old Havana brings at every step new restoration work in timber, stuccoed facades or beams being joined. It is a restless, dynamic hive of activity and creative energy, and behind it all is the immense organizing capacity, proverbial efficiency and obsessive perseverance of Eusebio Leal.

From the outset Leal has had the comprehension and support of a central government that has valued and encouraged his work. His task has also been helped by his public speaking skills and his ability to present his work with extraordinary clarity, coupled with a prodigious memory. His conferences have contributed worldwide to the spread of Havana’s name and he has received a high degree of international recognition. UNESCO has declared Old Havana to be a World Cultural Heritage site and a number of foreign states have honored Leal with awards. But the greatest gift he receives for his efforts can be experienced when walking alongside him down the streets of Old Havana and witnessing the affection of his fellow citizens as so many outstretched hands, full of warmth and devotion, greet him.

Eusebio LealHabana ViejaHistoria

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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