Eusebio Leal Spengler: Paloma artillada de la restauración

noviembre 13, 2010

Por: Hilario Rosete Silva / Tomado de La Jiribilla

“La Oficina del Historiador reclama de mí el cuerpo y el alma, el día y la noche, privándome del sueño. Hemos acumulado grandes deudas de gratitud. En ese sentido, soy el más grande deudor del mundo.”

Cuando en 1979 la bicentenaria Universidad de La Habana investía de Licenciado en Historia a Eusebio Leal (1942), se encendían las últimas luces del reestablecimiento de la antigua Casa de Gobierno. Con ellas, el Palacio de los Capitanes Generales renacía cual Museo de la Ciudad, y la barca de su director, el propio Eusebio desde 1967, iniciaba una penosa travesía por el Centro Histórico hasta tocar puerto en el Plan Maestro de Revitalización Integral de La Habana Vieja (1994). Años después, el hoy Historiador de la Ciudad consiente a los lectores y los pasea a través de esas aguas.

Una fuerza moral sin fuerza material alguna

En aquel entonces, entre los setenta y los ochenta, no existía conciencia social sobre la importancia de la conservación. Todos querían lo nuevo. Y no lo nuevo excepcional, moderno, sino lo último. Todavía una ventana Miami era una idea fija y la caja de aire era más importante que el zaguán. Antes (1954-1956) habíamos heredado la demolición de la antigua y espléndida Universidad de la Habana (1728), para levantar en el terreno otrora ocupado por el convento de santo Domingo, un helipuerto que no resiste el cotejo con su pasado. Un anciano me hablaba de las explosiones con pólvora para demoler la cúpula y la torre. Debajo estaba los sepulcros, la historia de la ciudad, su memoria. Muy amenazada se vio la Plaza de Armas (1584). Si se había logrado tocar la antigua universidad, todo era probable.

Voluntad culta y restauradora

Hoy, al levantar la cúpula de la iglesia de Belén (1718) e invitar al nuncio apostólico para que, salvada del fuego, la bendiga, y al recordar que el templo no fue secularizado por las leyes desamortizadoras de Mendizábal —ministro español que expropió lo bienes de las órdenes religiosas—, sino que este conjunto fue vendido para construir el nuevo colegio de Belén (municipio de Marianao), puedo decir que esta joya fue vendida como el bíblico José. ¿Y por qué se ha restaurado? Es que el barrio se llama de Belén. El día que estando en España me anunciaron que santuario y convento ardían en su flama, sentí que agonizaba el signo de toda una comunidad y un secreto signo de la cultura cubana, puesto que allí se había formado buena parte de la intelectualidad de la época. Cuando entré al recinto, aún chispaban las puertas. La vista interior era horrenda. El fin de Belén significaba la pérdida de la última esperanza. Sobre ese mismo espacio juramos y prometimos, como lo hiciera Simón Bolívar sobre las ruinas de Caracas después del terremoto, que comenzaríamos la restauración al día siguiente. Mas, ¿con qué recursos?… Obras como esta tienen que salir de la piel y del hueso, y del orden de las prioridades de un pueblo. De lo contrario las cosas ni se agradecen, ni se aman, ni se estiman. Los relojeros de Lucerna regalaron para su torre un reloj de cuatro esferas. El campanario fue restituido, y los escultores tallaron con caoba nueva en la puerta deshecha el movimiento fatídico de las llamas para evocar el fuego que amenazó a uno de nuestros bienes esenciales.

Una callada victoria

Así se preservó la basílica menor de San Francisco de Asís, sin lugar a dudas el más grande y bello monasterio de La Habana antigua (1719), para el cual José Nicolás de la Escalera, hasta hoy el primero de nuestros grandes pintores, y el conde Alejandro de O´Reilly, crearon y obsequiaron, respectivamente, la Santísima Trinidad y el Cristo. La última batalla que dimos, fue lograr fondos para su restauración, que contó con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional.
Mirando atrás, y ante una bola de cristal, vemos la construcción, los frailes a quienes se les quiere derrumbar el templo, la iglesia de 1719, el esplendor y luego la secularización a partir de 1842, el ciclón de 1846. ¡Qué castigo para la ciudad, al ver desplomarse el ábside y la cúpula monumental! Solo siete años después emergió, dentro de una montaña de cantos quebrados, la piedra angular, dícese que negra, en la que estaba esculpida la Sagrada Familia. ¿Y luego? Un almacén, el depósito de materiales del ejército, el no sé qué de la aduana, la sede del correo, y ya, contemporáneamente, una empresa estatal y.., el set ideal para la filmación de una serie de aventuras de la televisión cubana, Shiralác, que dejó como herencia, por los animales utilizados, una siniestra tropa de millones de pulgas que fue preciso vencer o aniquilar antes de comenzar los trabajos, para luego, después de casi dos años de labores complejas, cuando solo faltaban cuarenta días para concluir los trabajos en el claustro, ¡el fantasma del pasado!, ¡el sedimento estructural!, ¡el derrumbe!, ¡la muerte de un joven obrero! Y también esa noche, de conato, de desmoralización y de tristeza, atinamos a decir: “Lo único que no nos está dado devolver es la vida, ¡levantemos las piedras que han de guardar para siempre el nombre del difunto!, ¡continuemos la obra!”.
No nos espanta lo moderno.

Ahora trabajamos en otra iglesia próxima, por hablar solo de templos, el de San Francisco de Paula, donde una vez estuvo sepultado el genial músico Claudio José Domingo Brindis de Salas (1852-1911), el “Paganini negro”, el violinista romántico que fue en su día el más celebrado artista de Cuba, el concertista de cámara del emperador alemán y caballero de la Legión de Honor, ¡muerto en pobreza en Buenos Aires! Una espléndida losa negra con su nombre inscripto en oro guardará memoria del «rey de las octavas». Un conservatorio homónimo enseñará música a los niños, y la capilla resucitará, templo del arte moderno, con obras de Fabelo, Nelson Domínguez o Pedro Pablo Oliva, convencidos de que lo que hizo Chagall en el techo de la Ópera de París es lo que debemos hacer, sin temer a la modernidad.

Hoy de ningún modo puedo consagrarme únicamente a la historia, solo un pedacito del día, cuando dicto apuntes a mis colaboradoras. El resto del tiempo lo dedico a la restauración monumental y al desarrollo social y comunitario. No puede haber restablecimiento del Centro Histórico sin ayuda popular, si junto al monumento no se salva también la comunidad y se enfrentan los problemas reales. ¿Niños que piden? ¿Y por qué? ¿Por temprano llamado de la vileza al alma infantil? ¿Cómo signo de perdida de los valores de identidad y dignidad?

Lo importante es dar pasos prácticos

El proyecto de los niños en los muesos surgió por accidente. Se había decidido derribar el parqueo semisoterrado de automóviles en la Plaza Vieja —ignominia utilitarista (1952) desconsiderada del espacio urbano—, condición para que retornara allí el mercado y el canto del agua en la fuente. El derrumbe sería quirúrgico, con detonaciones organizadas, sin dañar los críticos inmuebles de los alrededores. Mas de ahora para ahorita se presentó la gente, enterada de la noticia, y organizaron un cabildo abierto, repentino, en el que habló un hombre venerable: “Tenemos miedo a que se dinamite. No sabemos si el proyecto implica que tengamos que irnos.” “Entonces no habrá pólvora”, respondí, “el aparcamiento será demolido a mano”. Y empezamos la obra ciclópea con hombres que obedecían a ese objetivo.

Pero entonces se presentó la escuela que habíamos concebido cual referencia del centro Histórico: “Los niños están enloquecidos”, dijo la maestra, “hay paranoia colectiva, las vibraciones son continuas, el martillo no descansa”. “¡Ahora mismo!”, les dije, “¡carguen con todo y vengan para la casa de Bolívar!” Secretamente pensé en Simón Rodríguez, el maestro del Libertador que, escándalo de la época, para enseñar anatomía se desnudó ante sus alumnos. Así la escuela se posesionó del museo, es decir, de lo que a escondidas era suyo. Habíamos nombrado sin querer a decenas de embajadores del vitral, la persiana, el jardín y los pájaros… Si bien nos dimos cuenta un poco tarde, por azar, nos propusimos sistematizar el método. Ahora hay tres aulas de primaria en San Francisco y en la Obra Pía, una en las casas de Guayasamín, natal de Martí y el Museo de Arte Colonial, y así sucesivamente. Todo se inundó de colegios. Cada dos meses se producen los relevos con niños de la misma escuela, para no perder la relación con su plantel.

Otros problemas vienen con el tiempo

Unos niños venían bien calzados, y otros no. Llamamos a los zapateros de La Habana y materializamos un proyecto. El cuero vendría de Perú o de Colombia, tachuelas, cola y martillo. Formamos la hermandad del oficio y a la puerta de las escuelas púsose un remendón a reparar prendas infantiles. Después alguien hizo una oferta ventajosa, que significó un pequeño desembolso en divisas, y un grupo fue calzado, como guerreros que reciben armaduras. Y entonces sucedió lo del desayuno. Recordemos que en Cuba los niños tienen segura la leche hasta los siete años —¡gracias a la Revolución!, en otros países esto es una utopía—. Y como para estudiar se requiere desayunar, conseguimos con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) un presupuesto mínimo para un bocadillo de mañana.

¿Política? Cierto. Política nueva. Política que, para el mundo en que nos tocó vivir, encierra un mandato y una palabra de esperanza.
Como en su día

Con ciento sesenta y tres obras y más de mil ochocientos hombres, el Centro Histórico sufre una fiebre inusitada de construcciones. El visitante podrá ver las oficinas del Plan Maestro y un grupo de acciones en pro de la vivienda, la familia y la creación de hermandades de orfebres, bordadoras, zapateros, carpinteros y otras: hay que empezar por la génesis, para que renazca el espíritu de trabajo y de alianza fraternal. Los intelectuales quieren mudarse para La Habana Vieja. Es un símbolo, pero hay que moderar el sentimiento. No podemos promover nuevas expropiaciones a partir del fenómeno de la belleza. Era necesario haber creído antes en ella. Los fieles creyentes que viviendo en ruinas toleraban que entráramos a ver un vitral y en medio de las necesidades les dijéramos “¡qué maravilla, cuiden de que no se rompa!”, ¡esos, se salvarán! Así este año se entregará un millón de dólares para el proyecto de San Isidro, que implica catorce manzanas reconstruidas con participación de la comunidad y la reanimación de la actividad normal de la vida, defendiendo el derecho individual de hacer con sus manos, en libertad, su propio destino.

Esta ingente labor de salvamento no se puede hacer ni con un profeta ni con un vidente, sino con un equipo multidisciplinario a quien se le otorgue un marco de libertad para soñar y hacer. Yo soy apenas un soldado cuyo cometido es proteger ese fruto contra toda tendencia burocrática y cualquier juicio mezquino que existe en toda sociedad. Es preciso usar todos los métodos, amistosos o de seducción, y ser fuerte para defenderlos. ¡Palomas artilladas somos nosotros! La paz se conquista trabajando y luchando. Nuestra obra es hija de la Revolución. 

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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