“Levantando piedras y corazones”

mayo 22, 2013

Intervención especial del Dr. Eusebio Leal Spengler, Presidente de la Comisión Nacional de Monumentos, Director de la Oficina del Historiador de La Habana y de la Red de Oficinas del Historiador y del Conservador de las Ciudades Patrimoniales de Cuba, en el Taller del Caribe sobre gestión de riesgos al Patrimonio Mundial convocado por la Oficina regional de cultura para América Latina y el Caribe de la UNESCO en Cuba.
La Habana, Cuba 16 mayo 2013

Foto Alexis Rodríguez
Tres enemigos grandes tiene la restauración del Centro Histórico en nuestro caso: el ciclón, el huracán y el fuego. A ambas pruebas hemos sido sometidos, corriendo grandes riesgos en las diversas oportunidades que desde el año 1968 del siglo pasado confrontamos. Recuerdo que estaban todavía en el Centro Histórico los principales edificios de la organización del Estado. Todavía quedan algunos. Y otras grandes edificaciones como esta (Hotel O´Farrill), que debían inmediatamente ponerse a disposición de las personas damnificadas por el ciclón, por el huracán, o darle refugio previo para evitar daños mayores. Para nosotros aún hoy, una lluvia fuerte y prolongada como esas que eran frecuentes en mi niñez en La Habana, en Cuba, y que se explicaba en los libros de historia al que decir que el país tenía dos estaciones: la seca y la lluvia. Yo recuerdo esos días en que el cielo se ponía negro, llovía copiosamente horas y horas, y hacíamos barcos de papel para lanzarlos al torrente que corría por las calles y nos salvábamos de asistir, con perdón del Doctor Van Hoff, a la aborrecida escuela. Queríamos estar en la calle y se nos obligaba a ir para allá, de todas formas.
En mayo hemos esperado –según la tradición- el aguacero de mayo, cantado por los poetas y los trovadores. Sin embargo esa lluvia hoy no llega. Y ya pensamos para este año, no menos de catorce huracanes, de los cuales, al menos uno grande, ingresará en este teatro que es el Caribe. Donde estamos nosotros ahora, imaginemos que en el centro está el ardoroso mar y nosotros somos las islas y las naciones.
Prepararnos para el ciclón ha sido la mejor manera de vivir. Sin embargo nunca estamos suficientemente preparados. El huracán del año pasado, Sandy, con su ingreso y consecuencias en distintas partes, pero particularmente en la ciudad monumento, la monumental e histórica Santiago de Cuba, a punto de cumplir su 500 aniversario de fundación, y a punto de esa celebración, fue despojada primero de toda su foresta. Los árboles frutales que marcan el camino de la ciudad al Caney fueron abatidos. Muy pocos árboles pervivieron. A primera hora de la mañana un fotógrafo, Julio Larramendi, que se encontraba casualmente en Santiago hospedado, en el corazón de la ciudad, tomó varios cientos de imágenes aterradoras, porque nunca antes en la memoria de la ciudad, había ingresado el ciclón, el huracán, tan sorpresivamente como esta vez. Todos los cálculos en el espacio entre Jamaica y Cuba indicaban que esa gran tormenta rompería su fuerza contra la Sierra Maestra, en la parte sur de la provincia oriental. Sin embargo no fue así, se inclinó unos grados al sur, penetró prácticamente sobre la ciudad y destruyó decenas de miles de hogares. Catorce iglesias derrumbadas, 124 000 casas dañadas sin remedio y otras varias miles de casas tocadas también en sus techos, en sus muros; el Museo Bacardí, uno de los más antiguos de Cuba, sufrió grandes daños; el Museo de Ciencias Naturales, el Santuario de la Virgen, que había celebrado su 400 aniversario, acababa de restaurarse y también fue dañado cruelmente; el histórico Cementerio de Santa Ifigenia… y todavía, gallardamente se repone.
Solamente sufrimos la pérdida de tres personas. La Defensa Civil, en su modesta preparación, no requiere aviso previo, actuó rápidamente. Sin embargo, todos estamos quejosos todavía de no haber podido evitar daños mayores.
Después siguió su camino y golpeó la ciudad de Nueva York. Nuestros daños fueron en más de diez mil millones, y hay un daño que nunca se pondera, como me decía una señora: “yo he perdido las partituras del piano de mi abuela”, cómo recuperarlas, cómo recuperar las fotos antiguas que ya no pueden ser copiadas, cómo conservar los títulos. De los títulos universitarios y otras distinciones se podrán buscar reproducciones, pero lo cierto es que hay un patrimonio que generalmente no vemos, y que es el que tienen las familias y que su carácter patrimonial no está determinado por su valor material, sino por su valor imponderable, su valor intangible. Todo eso sufrió en gran medida y las fotos de Larramendi, que están en este momento expuestas en la Basílica de San Francisco, lo explican dramáticamente.
Ahora bien, La Habana, hemos calculado lo que significaría un gran ciclón de esa magnitud golpeando la ciudad. En 1926 fue uno terrible, en 1944 otro muy fuerte. Recuerdo que cuando habíamos concluido la restauración de la Plaza de Armas, el 15 de noviembre durante la Fiesta de la Ciudad, llegó el día 20 un ciclón pequeño que nos golpeó, vi cómo se levantaban los grandes árboles de la Plaza, como si una mano invisible los tirase contra el suelo y finalmente abatió todo el sistema de iluminación que alguien generoso había donado desde Francia. Fue una dura lección. Recuerdo que, cargando con un amigo una estatua para salvarla, que estaban de adorno, en la calle de Obispo, se desprendió la base y me cayó sobre el pie. El dolor fue infinito, pero no me quité la bota. Por la noche, con una tijera tuvieron que quitármela. Me había hecho añicos varios dedos del pie. Todavía recuerdo el dolor que pasé.

“Prepararnos meticulosamente es nuestro deber”

El huracán es nuestro gran peligro. Se le ve aparecer en la historia, en la conquista de la Isla de Cuba, cuando en la ciudad de Trinidad, en las comarcas de Trinidad, un huracán -voz indígena-, se abate sobre aquella ciudad. Los conquistadores nunca habían presenciado un fenómeno igual. Dicen que durante la noche sentían chirimías y atabales, quiere decir tambores y flautas que, con las cuales se trataba de invocar a los benefactores divinos para salvarse del huracán. Los que quedaron en las naves que estaban ancladas en el Puerto de Casilda, hallaron que durante la mañana, sobre las copas de los grandes árboles, estaban partes del aparejo de las embarcaciones.
El gran ciclón que golpeó La Habana en 1846, llamado el clondonazo de San Francisco, puso un barco, una nave de tres palos, sobre el techo del teatro. Echó abajo la cúpula sacra de San Francisco. Sobre sus escombros se encontró poco después la piedra clave, una piedra negra que refieren los cronistas. Los daños a la ciudad fueron inmensos. Quizás por eso fue, precisamente aquí en la Habana Vieja, en la Torre del Colegio de Belén, donde un eminente jesuita, el Padre Benito Viñes, estableció el fenómeno del huracán como el fenómeno clásico de la meteorología del Caribe. El Padre Viñes definió todo.
Cuando existían dos observatorios: el Nacional, dirigido por un anciano venerable, el Capitán José Carlos Millás, y el de la Torre del Colegio de Belén, en Marianao, que dirigía el Padre Goberna, recuerdo que había un duelo en la radio, no era el tiempo del televisor, era el tiempo de la radio, y aparecía una voz quebrada que decía: “el ciclón del Mar Caribe parecería estar hoy aproximadamente a unos 200 kilómetros al este de la Isla tal… de continuar su errático avance podría…” Todavía los grandes aviones meteorológicos no sobrevolaban el vórtice del huracán, ni podían observar el ojo mágico.
Nuestra experiencia en la Habana Vieja ha sido de varios ciclones en el período de la restauración. Es una lástima no traer las imágenes de aquella ola colosal que, como una mano, pretendía arrebatar la Torre del Morro. Subió la ola hasta los cristales de la farola con fuerza inusitada.
En las actas del Cabildo, en el siglo XVII, aparecen olas similares arrebatando los cañones de las troneras de las botafuegos del Castillo. En ese huracán perdimos un cañón muy hermoso, que estaba colocado en una plataforma con una puerta de ingreso del Castillo del Morro: el cañón Príncipe Pío. Fue llevado por el ciclón y sabe Dios en qué parte del profundo mar, o de la Bahía de La Habana, se encuentre hoy.
Ese es el principal peligro. Por eso, nosotros estamos ya en la preparación como hormigas. Nunca menos de 100,000 velas, nunca menos de 100 metros mínimamente de madera para el apuntalamiento, todos los monumentos restaurados se abren, la Basílica de San Francisco, mi propia oficina, el convento de Belén, como refugio, y se preparan las condiciones para recibir a las personas anticipadamente.

“El trabajo, a veces ingrato de rehacer lo que la naturaleza deshizo, es nuestra tarea”

Como hormigas nos pasamos el año, acumulando mantas, acumulando vituallas para el momento crucial. Si pasa y no viene, tenemos una nueva oportunidad para continuar construyendo y haciendo nuestra labor.
Esta es una realidad. La segunda es el fuego en las calles estrechas. Hace un momento fui el culpable de ese escándalo que había abajo, porque coloqué mi automóvil –mal chofer-, demasiado separado de la acera y no podía pasar el camión del agua. Esto me recuerda y me da motivo para estas palabras. Cuando se incendió por error humano, la recién restaurada Farmacia Johnson, a 400 metros de aquí convertida en nuestro orgullo, -recuerdo que habían llegado los farmacéuticos de la ciudad de Florencia y nos habían entregado la Llave de Oro de reconocimiento, por una obra tan bella-, los bomberos llegaron en siete minutos. Así todo, el fuego destruyó la farmacia, dañó el edificio no irreversiblemente, pero amenazó toda la manzana. Se pudo haber perdido ese día el Hotel Florida y todo lo demás, pero ya la farmacia la pueden ver restaurada, fue nuestro compromiso. Dolor infinito verla arder.
Segundo capítulo: fuego en la Lonja del Comercio. Error humano. Alguien fumó donde no debía fumar. Resultado: el fuego estalló donde más sensible era para nosotros, en el ático donde está colocada la Emisora de Radio nuestra. Ellos tuvieron una actitud heroica, porque en medio de aquella circunstancia salvaron los equipos, salvaron todo lo que pudieron, pero había un gran problema: no disponían los bomberos de un carro de escalera suficientemente alto como para llegar al lugar donde el siniestro amenazaba con avanzar al quinto y al cuarto piso, entrando por los conductos del aire acondicionado. Además, los bomberos nos explicaron algo importante: tenían que evitar, con una acción rápida, la explosión de los cristales, porque en el momento que se rompiesen los cristales, como estaba ocurriendo en el ático, el fuego se propagaría con una velocidad pasmosa. Subieron por las escaleras, apagaron el fuego, el daño fue grande en nuestro edificio y en la Emisora.
El fuego es nuestro segundo problema grande. Gracias al Japón, que auspicia también este evento, a su Agencia de Cooperación, recibimos hace dos años, los equipamientos de pequeño formato para los bomberos del Centro Histórico de La Habana. Gracias a esa gestión, a la sensibilidad del Gaimucho, el Ministerio de Relaciones Exteriores y de Cooperación japonesa, logramos los equipos necesarios y ahora construimos una estación para los bomberos del mar, ya que a lo largo de la historia, se produjeron siniestros dentro del Puerto.
Foto Alexis Rodríguez
Estos siniestros hoy son más difíciles de repetirse, pero siempre son probables, como por ejemplo, algún Capitán que intenta pasar sin llamar a los prácticos, y la nave queda como quedó una vez una nave europea, encallada sobre la roca del Morro. Fue terrible para poder sacar aquel buque, sobre todo porque abajo, en varias oportunidades, los buzos de la Marina han tenido que volar los restos del pecio Alonso Sánchez Valcástegui, que por haber chocado contra esa roca, que se llama el Bajo del Morro, tuvo un terrible estallido, murieron todos o casi todos los marinos en un drama memorable. En el año 1741, cuando en medio de una tempestad un rayo tocó en el medio al navío del Rey que en ese momento –“Invencible” se llamaba-, se encontraba en maniobras. Su explosión destruyó gran parte de los edificios de la costa, dañó la Iglesia Parroquial Mayor, rompió las puertas de las casas y templos. La segunda terrible explosión ocurrió el 15 de febrero de 1898: fue el crucero acorazado West Main (Maine) que voló en el Puerto de La Habana, poco después de las nueve de la noche. Dos explosiones, como suele ocurrir en las naves militares, una primera en los pañoles de proa, y una segunda, con una mortandad enorme de los marinos que venían a bordo de la nave. El daño en la ciudad fue catastrófico. El tercero lo escuchamos muchos de los que estamos aquí presentes. Fue el navío La Coubre. Apenas había triunfado la Revolución. Traía armamento para el ejército procedente de Bélgica. Hoy se sabe –y los documentos desclasificados lo prueban-, que fue un siniestro provocado. Pero recuerdo la primera explosión. Era algo terrible, la columna de humo, -porque había un gran contenido de azufre y estallaron otros depósitos en aquellos muelles- era como un hongo nuclear en el fondo de la bahía. Y cuando se acercaron los bomberos y la gente para ayudar a los que gritaban heridos, mal heridos o moribundos, se produjo la segunda explosión, rompió las puertas de la Catedral de La Habana, y fue necesario hacer un gran expediente de daño provocado por este incidente.
Tres explosiones en el Puerto, ciclones, incendios. De ahí que, la preparación de nosotros como actores del patrimonio, con nuestra diversidad de profesiones, historiadores del arte, arquitectos, ingenieros, formados en las ciencias sociales, técnicos en la materia de siniestros, nos obliga a estudiar permanentemente las formas de preservar lo nuestro. Ser cada quien. En la Iglesia restaurada de San Felipe Neri, las dos bóvedas, cuyas tapas pesan cada una 22 toneladas, del antiguo Banco, están prestas para recibir los cristales y los valores principales del patrimonio, en caso de siniestros. Están creadas las condiciones para eso en los sótanos del actual Colegio de San Gerónimo, el lugar alto, separado de la calle, previendo una inundación, es suficientemente fuerte como para recibir las cajas conteniendo el patrimonio del Palacio de los Capitanes Generales y de otros museos del entorno. Nunca podemos confiarnos solamente en la apariencia de la fortaleza de los edificios. En esa oficina y posteriormente en la Oficina del Historiador en la Plaza de la Catedral, que fue construida precisamente en esa cuchilla que mira al antiguo bajo, donde se acodaban los navíos de los pescadores, una casa que ha sido fortificada para soportar como una proa la fuerza del ciclón, estuve en uno de los últimos ciclones acuartelado y hubo un determinado momento en que las vigas del techo comenzaron a temblar y a sentirse estremecimiento en el edificio, que tiene un techo alfarje y que estaba resistiendo la violencia del viento.
Cómo prepararse cuando nos encontramos con ciclones o huracanes, con capacidad de destrucción que puede cambiar en horas, como en el caso de Santiago de Cuba, donde se lograron captar vientos de casi 300 kilómetros y algunos dicen que más, lo que hace cambiar su categoría de 3 a 4, o el ciclón Katrina y su daño espectacular rompiendo los diques de Nueva Orleans, ciudad que tanto significa para Cuba. Es importante el análisis de lo que podemos hacer los pequeños estados insulares o costeros de El Caribe que ustedes representan. Es válido para Cartagena y para Santa Marta en Colombia. Es válido para Jamaica y el patrimonio de Port Royal y otros. Es válido para la República Dominicana, sobre todo para Haití, dañada y golpeada por ciclón y por terremoto. Hace unos días veía una discusión por un proyecto de construcciones que querían hacer en Santiago de Cuba, y se decía que en estos días, sin alarmar, se han percibido una cantidad grande de movimientos telúricos en la zona oriental de Cuba, porque al lado de Santiago, con una profundidad abismal, la Olla de Battle es una caja de resonancia que ya probó su capacidad de ampliar las ondas de un huracán, de un terremoto o de un sismo, en la ciudad de Santiago, en la tercera década del siglo pasado. Fue terrible, cayeron las torres de la Catedral, la ciudad fue dramáticamente dañada, a pesar de que sus construcciones, los antiguos las prepararon de tal manera que, por la altura y por la forma con que se prepararon los muros, usando las cañas de Castilla, el mampuesto y los tapiales, pueden resistir grandes oscilaciones y también grandes vientos.
Prepararnos es la palabra del momento, y creo que aquí están representadas casi todas las naciones más afectadas, desde las del Centroamérica, como es la hermana República de Guatemala, donde cuando estuve de visita, precisamente cumpliendo una misión de la UNESCO en Antigua, vi la aterradora imagen a la que están acostumbrados los guatemaltecos, el volcán de fuego tenía una corona ígnea magnífica aquella noche, y un cordón de fuego silencioso descendía por uno de los bordes de aquel cono mágico y al lado el de agua. El agua y el fuego estaban presentes. O en Nicaragua, o en cualquiera de los países de Centroamérica, donde, cuando uno sobrevuela va viendo uno tras otro, el dibujo de los volcanes.
El trabajo, a veces ingrato de rehacer lo que la naturaleza deshizo, es nuestra tarea. En Haití, terrible terremoto causó daños espectaculares en ese hermano pueblo al que tanto debe el Continente Americano y sobre todo la América Libre.
Otros sismos anteriores dañaron lo que es hoy parte del patrimonio más estelar de la América post hispana. La Fortaleza de la Citadelle, maravilla de la obra constructiva de aquellos que lo hicieron, Sans Souci, todo fue dramáticamente golpeado.
Es por eso que esta reunión es importante, para tomar experiencias, y como decía el Doctor Van Hoff, para intercalar comentarios consoladores, ante una situación que puede presentarse a cualquiera de nosotros.

“Prepararnos es la palabra del momento”

Médicos de las piedras, de los papeles, de las pinturas, arqueólogos, restauradores, son quizás los más urgentes y los más solicitados cuando ocurre una tragedia. Recuerdo cuando en 1966 se produjo el desbordamiento del río Arno, que dañó Florencia y arrancó las Puertas del Paraíso de Lorenzo Ghiberti; o los daños causados también en Verona, en aquellas circunstancias, o cuando se ha visto ciudades mitológicas de Europa, como es el caso de Venecia, que enfrenta ahora cíclicamente, el aumento de lo que llaman ellos el aqua alta. Es verdaderamente milagroso que el fundamento de aquellos edificios, hechos con trompos, como los que realizó el arquitecto Baltasar Longhena, cuando después de la peste que asoló Venecia, clavó 150 000 postes sobre el cieno de la laguna, para levantar, en acción de gracia, la Iglesia de la Salud Cristiana.
Daños irreversibles y ellos, en medio de muchas circunstancias, no han podido activar todavía el macro proyecto que ya se realizó en Londres para salvarla, precisamente en el lugar donde el Támesis podría, en una crecida descomunal, romper y destruir parte de la ciudad.
Es por eso que todas las experiencias son muy importantes. Los fenómenos climáticos nos obligan a prepararnos para eso. Nosotros en Cuba hemos estudiado, al más mínimo detalle, qué pasará en cualquier escenario ya predecible, para el año 2035, 2040, cuando el crecimiento de la marea coloque bajo el agua, playas, cayos, o quizás inunde el humedal del Caribe, reserva de la biósfera, gloria de la naturaleza, que es la Ciénaga de Zapata. Todo eso, con un alto nivel de probabilidades de quedar bajo el agua. De hecho, en este momento, se está llevando a cabo la política de demolición sistemática de lo construido en las franjas costeras. Hay lugares donde se construyó y se buscó un firme y se levantaron construcciones en Varadero, en otras playas, en la propia Habana, en pueblos próximos a La Habana, que han sufrido muchísimo, como por ejemplo Santa Fe, Jaimanitas, etc. Viene aplicándose una política de protección de las costas, tardía si se quiere, pero necesaria. En ese contexto tenemos nosotros también que dar nuestras luchas, porque a veces, por ejemplo, me cuestionan una licencia para construir en el Malecón, donde se ha construido desde hace 200 años, porque es la línea costera ¿no? Bueno, qué vamos a hacer. El Morro fue construido en la línea costera. No podemos hacer nada. Es así. Pero hay otras cosas que sí tienen que ser demolidas, cambiadas, o retiradas. Algunos pueblos de Cuba, como el pueblo de Santa Cruz del Sur, por ejemplo, que sufrió un maremoto donde murieron miles de personas en el siglo pasado, ahora, cuando estaban conmemorando el centenario de aquel acontecimiento, el mismo día entró de nuevo el ciclón y acabó. Fue necesario que el General Presidente de la República se trasladase a hablar con el pueblo, porque era tal su apego a aquel sitio, que querían volver a reconstruir el pueblo en el lugar donde ya dos veces se había perdido. Allí hay un monumento a las víctimas, que representa a una figura llevando un yacente en sus brazos, y quedó prácticamente bajo el agua, señalando que el pueblo no podía volver a aquel sitio.
La historia nos da ejemplos. La Habana fue fundada originalmente en la costa sur y trasladada. Fue por intereses políticos, pero dicen que a pesar de haber invocado a San Marcial, las hormigas devoraron las cosechas cerca de melena del Sur donde debió estar fundada.
Nuevitas fue el escenario de la primitiva ciudad de Puerto Príncipe. Debieron mudarse porque era inconveniente el sitio. A Remedios fue necesario trasladarla porque era inconveniente e insalubre el sitio, y así ocurrió en varios lugares de la historia.
Prepararnos meticulosamente es nuestra tarea, para lo cual se requiere formar expertos en este tipo de desastre, convocar coloquios y conferencias con ejemplos concretos de lo que puede producirse si no se toman las medidas adecuadas. Museos que perdieron todo su patrimonio, por no haberlo evacuado; colecciones que fueron perdidas, por no haberse retirado a tiempo. Esta es la esencia del problema.

Muchas gracias

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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