“Esta es y tendrá que ser siempre una obra de amor”

noviembre 22, 2013

Foto Alexis Rodríguez

Foto Alexis Rodríguez

 

Queridos todos:

Un año más que estamos aquí junto al árbol y los monumentos conmemorativos de la fundación de la Ciudad de La Habana.
Por consideración a los más ancianos, y también a muchas personas que así lo pidieron en su momento, adelantamos este acto desde las doce de la noche en vigilia del día de mañana para una mayor participación. En definitiva, símbolos y horas tienen que ponerse de acuerdo en algún punto.
Hace unas horas la Academia de la Historia emitía un comunicado en el cual los historiadores encargados de explicar los asientos de las primeras villas y de las dos ciudades que fueron fundadas como tales, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, que ya celebró su 500 aniversario, y también la ciudad de Santiago de Cuba, explicaban cómo ese proceso de asiento, de fundación, de traslado, en cada lugar tuvo sus características. Fue necesario adecuar una mentalidad europea, unas necesidades geográficas enteramente nuevas, un interés estratégico de la conquista para situar las villas como campamentos y lugares de aprovisionamiento, mirando sobre todo principalmente a la costa sur, donde los intereses esenciales de la conquista y colonización estaban situados.
Sin embargo, como ocurrió en otras ciudades, en San Salvador del Bayamo, en Trinidad, también más tarde en Remedios, y en este caso en La Habana, por solamente citar algunos ejemplos, la villa, el campamento, el pequeño poblado, se movió del sur al norte.  Lo que sí tenemos es una certeza –en la voz popular, en las inscripciones de los monumentos que felizmente conservamos, en la columna conmemorativa ya levantada o edificada en la primera mitad, pocos años después del medio siglo XVIII, en la tradición oral de los habaneros– de que en 1519 la villa se reordenó en este sitio al pie de un árbol que, según la tradición, dio sombra a la primera misa y al primer cabildo.
El cabildo era la institución de Castilla en América, el Ayuntamiento, su institución jurídica de elección, de tal manera que los vecinos tenían derecho, por su condición de tales, estar avecindados y  tener una ascendencia reconocida y méritos probados, a recibir el voto de las gentes y convertirse en regidores y en alcaldes; quiere decir, el que llevaba la vara de la justicia y la equidad, tan recordada en los clásicos del Siglo de Oro español, en los cuales se nos habla de la importancia del principio de autoridad que la vara supone.
Eran épocas difíciles, y se venía de la Edad Media, que iba quedando atrás como un recuerdo. El propio Cristóbal Colón es un personaje de dos tiempos: pertenece a la Edad Media y al Renacimiento.  De hecho, su viaje de ida y de regreso cambió la historia, más bien el del regreso, con las pruebas de que más allá de las llamadas Columnas de Hércules existía otro mundo, un mundo que se diferenciaba de aquel que los portugueses, bajo la inspiración de Enrique el Navegante, venían obteniendo por toda la costa de África y hasta las Azores.
Esto fue en realidad lo que el propio Colón en otro viaje pudo contemplar observando leguas de mar adentro, cómo cambiaba el color de las aguas por el torrente del río Orinoco, y allí confesó lo que hasta ese momento era imposible decir a las claras: “En esta parte Vuestras Majestades tienen un otro mundo”.
Y parte de ese Nuevo Mundo, las villas de Cuba fueron las primeras después de las que se fundaron en la Isla Española, la Quisqueya de los indios. A la Vega Real, a Santiago de los Caballeros, a la propia Santo Domingo de Guzmán, continuaron Santiago de Cuba, la Santísima Trinidad o Trinidad, Sancti Spíritus y, desde luego, la primada de todas, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa.
Es significativo que tanto el nombre de la Isla como el apellido de las villas por lo general fueron los del lugar indígena, y  aquí, según afirmó mi predecesor, Emilio Roig –de feliz memoria— y todos aquellos que consultó en su tiempo, y según la sabia doctora  Hortensia Pichardo y otros historiadores, coinciden en el tiempo en que el nombre de Habana derivaba no de otra cosa sino de su cacique o jefe comarcano cuyo nombre fue Habaguanex.
Hoy nos reunimos junto al árbol, cuando la restauración del Centro Histórico ha centrado durante largos años nuestros esfuerzos, y así continuará. Hoy por la mañana visitaba las obras, ya a punto de concluir, del Teatro Martí; las obras del Capitolio Nacional han sido comenzadas con éxito; se restauran otros monumentos y lugares, como el Palacio del Segundo Cabo; hemos hecho un tremendo esfuerzo, lo han hecho para que lugares distantes como otro que visitábamos hoy, la antigua Quinta de los Molinos del Rey, casa de descanso y cuartel general durante un tiempo breve del Ejército Libertador, se conviertan en lugares para todos los habaneros.
Sin cultura no hay posibilidad ninguna de prosperidad ni de cambio. Solo la cultura, la ilustración, el sentido de continuidad que los niños representan, llevando las masas que otrora fueron armas de combatir y que ellas simbolizan hoy las joyas más antiguas que llevan en el escudo de las tres torres y la llave, la llave del Nuevo Mundo y los tres castillos. El más antiguo de todos saludó nuestro paso por la Plaza de Armas con el toque de sus campanas seculares.
Hoy podemos llegar a este sitio con la tranquilidad de que hicimos la continuidad que mi predecesor imaginó cuando al expirar en 1964 sentía la urgencia de que su ciudad, La Habana, renaciera. Y renace desde el punto en que fue fundada, y en la medida en que cada obra se termina y cada cosa se renueva estamos más cerca de la más absoluta verdad.
Hay la voluntad política que se expresa en el dictado de la nación con relación a esto, a la preservación de los monumentos públicos, a la creación de la red de ciudades del Patrimonio Nacional y Mundial.  Pero sobre todo en los tiempos difíciles, que no hemos dejado de vivir, esta tarea que nos fue dada ha sido continuada, y seguirá.
En la medida en que levantemos bibliotecas, construyamos, plantemos y sembremos, estaremos –como lo he dicho— más cerca de alcanzar nuestro supremo objetivo.
Decía el Apóstol inmortal de Cuba: “Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan y los que odian y deshacen”. Tenemos que hacer un muro solo para detener a los que odian y deshacen y levantar y construir con esa fuerza de voluntad que se inmortaliza en una cita, en una referencia: “Solo el amor salva”.  ¡Y esta es y tendrá que ser siempre una obra de amor!
Felicidades a todos los habaneros, a ustedes y a los que estén en Cuba y en todas partes del Universo.

CeibaEusebio Leal SpenglerHistoriaVilla de San Cristóbal de La Habana

Compartir

  • imagen
  • imagen
  • imagen
  • imagen
Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
Desarrollado con: WordPress | RSS
Válido con: HTML | CSS