Una llama encendida en la memoria

octubre 10, 2009

Querido general Harry Villegas; compañeros de nuestra Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana; descendientes de los libertadores: monseñor Carlos Manuel de Céspedes y Nancy de Céspedes, descendientes del Padre de la Patria.
Queridos niños y niñas de nuestras escuelas, compañeros y amigos nuestros.

“Es preciso depositar la confianza en una persona, y levantarla en hombros con todo esfuerzo; mi situación es excepcional, no la gradúen por comparaciones históricas, porque se expondrán a errores. Nada hay semejante a la guerra de Cuba, ningún hombre público se ha visto en mi situación, es necesario tomar algo de todos y echarlo en un molde especial para sacar mi figura, ninguna medida me viene, ninguna afección se me asemeja.” 

Estas palabras del Padre de la Patria, el 23 de junio de 1872 en Pozo Blanco, cerca de Holguín, explican el momento que vivía la revolución aquel año, uno de los más difíciles después del Grito de La Demajagua. Hoy, respetando siempre la precedencia de Bayamo, ciudad heroica por tantas y tantas razones, nuestro acto se realiza el día 9, para dejar que la celebración solemne se haga allí mañana 10 de octubre en las ruinas del ingenio La Demajagua, Monumento Nacional, donde fue la naturaleza la encargada de erigir la memoria de los hechos de aquel día.
Hoy debemos mencionar que está ausente aquel que nos acompañó durante años en este acto, el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, a él elevamos nuestro pensamiento, a su austeridad, su sentido del deber que aún en momentos muy difíciles por los que atravesaba su salud, le llevaron a venir cada año, sobre todo el pasado año, a este mismo sitio, las imágenes de aquel día las conservamos en la memoria. Por eso dedicamos también este acto muy especialmente a la suya. Es que la Revolución, como explicó una vez el Comandante en Jefe Fidel Castro, es una sola: la que comenzó el Padre de la Patria el  10 de octubre y la que alcanza nuestro tiempo.
Es indispensable no hacer recuento de la parte que nos ha tocado, centrar hoy nuestra memoria en lo que hicieron los padres fundadores,  los que en acto sublime hicieron violencia contra un sistema injusto, lanzaron el guante al rostro del adversario, tanto en La Demajagua, como en Yara. Un nombre sonoro y breve, Yara, que le dio nombre posteriormente al movimiento revolucionario, nombre que debían tener también, como en otras partes de nuestra América, muchas niñas de Cuba. Yara significó el desafío, el valor, la constancia, significó el no rendirse ante la adversidad de la naturaleza, o la impuesta por la superioridad del enemigo.
Céspedes no es un padre accidental, ni un padre natural, es el padre esencial y legítimo de nuestro pueblo. Él fue el que comenzó, el que ideó, el que desde muchos años antes conspiró en el silencio, abandonando privilegios de la cuna, relaciones sociales, preeminencias posibles, viajes… abandonado por la suerte del pueblo que hizo suyo y en cuyo espejo miró su rostro mismo. Pero no fue él solo, a su llamado en La Demajagua, además de los que tuvieron el valor esa mañana de reunirse en el ingenio, vinieron otros de las comarcas circundantes del oriente cubano, que tenían a la vista la Ciudad de Manzanillo por una parte, la Ciudad de Bayamo en la otra, que tenían el Golfo a la vista del ingenio y también a la vista la Sierra Maestra, donde se libraría un largo episodio de la primera y de la última batalla.
Céspedes fue héroe y mártir de la revolución que él convocó, ella requirió el sacrificio máximo, él no vaciló en ofrecerlo, es más, ante la sensación siempre humana de abandonar la lid por envidias, por miserias, por pequeñeces, arrinconado prácticamente en aquel sitio que la naturaleza ha conservado y que no se ha modificado mucho desde entonces San Lorenzo. Aquel sitio se convirtió en símbolo, la piedra sobre la cual cayó su cuerpo es el altar sangriento en el cual Cuba ofrendó al primero de sus héroes, en aquella gesta, para tener derecho a levantar su frente, para tener derecho a mirar al futuro, para creer, esperanzados, en que es indispensable trabajar y luchar para que esto sea posible.
Aquel 27  de febrero en que quedó trunca su vida, quedaban lejos su esposa, sus hijos… otro en Cuba quedaría guardián de su memoria y llegaría al campamento  cuando ya no estaba el cuerpo del padre. Otros quedaron también como símbolo de una estirpe, de una descendencia nacida en medio de las tribulaciones, de una sociedad que se extinguía en medio del duelo entre la virtud y la pasión, en medio de la batalla entre la verdad y el tiempo. Céspedes fue un símbolo de la naturaleza y de la condición humana, pero fue un símbolo en cuya rara virtud, en cuya fibra más profunda estaba el retrato venidero de la cubanía, de la intemporalidad de las generaciones futuras a las cuales él dedicó su último pensamiento.
En la Sala de Las Banderas que ustedes visitarán en breve, junto a la del 10 de octubre y a las más antiguas banderas de Cuba, está una llama encendida en memoria de las decenas de miles de cubanos, que siguiendo su mandato, lucharon hasta morir por la libertad, por la independencia de Cuba; están también depositadas las coronas que en el día de hoy han enviado el Comandante en Jefe Fidel Castro y el General Presidente Raúl Castro Ruz, ambas coronas, franqueando la llama, son el testimonio de una devoción que no se extingue, que crece con el tiempo, que es el fundamento de la paz y de la prosperidad futura, para la cual tenemos que  trabajar con ardor, con paciencia, rompiendo, como hizo Céspedes, viejos moldes, rompiendo a veces cosas que ayer nos perecieron oportunas y hoy ya no la son, mirando como ejemplo posible, esa evolución que va desde el 10 de octubre hasta el primero de enero del 59, hasta este día 9 de octubre del año 2009, 141 aniversario de La Demajagua.
Agradezco al maestro, por habernos acompañado una vez más, agradezco a la Banda Militar por haber interpretado hoy el Himno de Pedro Figueredo en su versión original, el glorioso himno que se perfiló en el campo de batalla, y se transformó a lo largo del tiempo, indicándonos, precisamente esa necesidad, esa virtud, esa cualidad.
Gracias.Querido general Harry Villegas; compañeros de nuestra Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana; descendientes de los libertadores: monseñor Carlos Manuel de Céspedes y Nancy de Céspedes, descendientes del Padre de la Patria.
Queridos niños y niñas de nuestras escuelas, compañeros y amigos nuestros.

“Es preciso depositar la confianza en una persona, y levantarla en hombros con todo esfuerzo; mi situación es excepcional, no la gradúen por comparaciones históricas, porque se expondrán a errores. Nada hay semejante a la guerra de Cuba, ningún hombre público se ha visto en mi situación, es necesario tomar algo de todos y echarlo en un molde especial para sacar mi figura, ninguna medida me viene, ninguna afección se me asemeja.” 

Estas palabras del Padre de la Patria, el 23 de junio de 1872 en Pozo Blanco, cerca de Holguín, explican el momento que vivía la revolución aquel año, uno de los más difíciles después del Grito de La Demajagua. Hoy, respetando siempre la precedencia de Bayamo, ciudad heroica por tantas y tantas razones, nuestro acto se realiza el día 9, para dejar que la celebración solemne se haga allí mañana 10 de octubre en las ruinas del ingenio La Demajagua, Monumento Nacional, donde fue la naturaleza la encargada de erigir la memoria de los hechos de aquel día.
Hoy debemos mencionar que está ausente aquel que nos acompañó durante años en este acto, el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, a él elevamos nuestro pensamiento, a su austeridad, su sentido del deber que aún en momentos muy difíciles por los que atravesaba su salud, le llevaron a venir cada año, sobre todo el pasado año, a este mismo sitio, las imágenes de aquel día las conservamos en la memoria. Por eso dedicamos también este acto muy especialmente a la suya. Es que la Revolución, como explicó una vez el Comandante en Jefe Fidel Castro, es una sola: la que comenzó el Padre de la Patria el  10 de octubre y la que alcanza nuestro tiempo.
Es indispensable no hacer recuento de la parte que nos ha tocado, centrar hoy nuestra memoria en lo que hicieron los padres fundadores,  los que en acto sublime hicieron violencia contra un sistema injusto, lanzaron el guante al rostro del adversario, tanto en La Demajagua, como en Yara. Un nombre sonoro y breve, Yara, que le dio nombre posteriormente al movimiento revolucionario, nombre que debían tener también, como en otras partes de nuestra América, muchas niñas de Cuba. Yara significó el desafío, el valor, la constancia, significó el no rendirse ante la adversidad de la naturaleza, o la impuesta por la superioridad del enemigo.
Céspedes no es un padre accidental, ni un padre natural, es el padre esencial y legítimo de nuestro pueblo. Él fue el que comenzó, el que ideó, el que desde muchos años antes conspiró en el silencio, abandonando privilegios de la cuna, relaciones sociales, preeminencias posibles, viajes… abandonado por la suerte del pueblo que hizo suyo y en cuyo espejo miró su rostro mismo. Pero no fue él solo, a su llamado en La Demajagua, además de los que tuvieron el valor esa mañana de reunirse en el ingenio, vinieron otros de las comarcas circundantes del oriente cubano, que tenían a la vista la Ciudad de Manzanillo por una parte, la Ciudad de Bayamo en la otra, que tenían el Golfo a la vista del ingenio y también a la vista la Sierra Maestra, donde se libraría un largo episodio de la primera y de la última batalla.
Céspedes fue héroe y mártir de la revolución que él convocó, ella requirió el sacrificio máximo, él no vaciló en ofrecerlo, es más, ante la sensación siempre humana de abandonar la lid por envidias, por miserias, por pequeñeces, arrinconado prácticamente en aquel sitio que la naturaleza ha conservado y que no se ha modificado mucho desde entonces San Lorenzo. Aquel sitio se convirtió en símbolo, la piedra sobre la cual cayó su cuerpo es el altar sangriento en el cual Cuba ofrendó al primero de sus héroes, en aquella gesta, para tener derecho a levantar su frente, para tener derecho a mirar al futuro, para creer, esperanzados, en que es indispensable trabajar y luchar para que esto sea posible.
Aquel 27  de febrero en que quedó trunca su vida, quedaban lejos su esposa, sus hijos… otro en Cuba quedaría guardián de su memoria y llegaría al campamento  cuando ya no estaba el cuerpo del padre. Otros quedaron también como símbolo de una estirpe, de una descendencia nacida en medio de las tribulaciones, de una sociedad que se extinguía en medio del duelo entre la virtud y la pasión, en medio de la batalla entre la verdad y el tiempo. Céspedes fue un símbolo de la naturaleza y de la condición humana, pero fue un símbolo en cuya rara virtud, en cuya fibra más profunda estaba el retrato venidero de la cubanía, de la intemporalidad de las generaciones futuras a las cuales él dedicó su último pensamiento.
En la Sala de Las Banderas que ustedes visitarán en breve, junto a la del 10 de octubre y a las más antiguas banderas de Cuba, está una llama encendida en memoria de las decenas de miles de cubanos, que siguiendo su mandato, lucharon hasta morir por la libertad, por la independencia de Cuba; están también depositadas las coronas que en el día de hoy han enviado el Comandante en Jefe Fidel Castro y el General Presidente Raúl Castro Ruz, ambas coronas, franqueando la llama, son el testimonio de una devoción que no se extingue, que crece con el tiempo, que es el fundamento de la paz y de la prosperidad futura, para la cual tenemos que  trabajar con ardor, con paciencia, rompiendo, como hizo Céspedes, viejos moldes, rompiendo a veces cosas que ayer nos perecieron oportunas y hoy ya no la son, mirando como ejemplo posible, esa evolución que va desde el 10 de octubre hasta el primero de enero del 59, hasta este día 9 de octubre del año 2009, 141 aniversario de La Demajagua.
Agradezco al maestro, por habernos acompañado una vez más, agradezco a la Banda Militar por haber interpretado hoy el Himno de Pedro Figueredo en su versión original, el glorioso himno que se perfiló en el campo de batalla, y se transformó a lo largo del tiempo, indicándonos, precisamente esa necesidad, esa virtud, esa cualidad.
Gracias.

Carlos Manuel de CéspedesCubaMemoriaPatria

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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