La herencia de Emilio Roig de Leuchsenring

mayo 3, 2007

Revisando la gran papelería del Doctor Emilio Roig de Leuchsenring encuentro muchísimos trabajos que son precursores absolutamente de cuanto hacemos hoy.
Su misión de crear una junta nacional de arqueología y etnología nos da la ocasión de pensar en el apoyo por él brindado a los grupos arqueológicos como Humboldt, Guamá, a la sociedad espeleológica de Cuba, al joven Antonio Núñez Jiménez; su amistad con el Doctor García Rubio, con figuras tan importantes de la Arqueología Cubana como fueron el doctor Felipe Martínez Arango en Santiago de Cuba; su trabajo personal con el museo antropológico Montané, todo esto nos lleva a pensar en el auspicio que la obra arqueológica tanto en el Centro Histórico como las prácticas profesionales de los arqueólogos fuera de La Habana han dado a la Oficina y al Gabinete, y el contenido que aporta a la nueva carrera universitaria que a partir del mes de septiembre tendrá como hábitat el antiguo Colegio Universitario, el actual Colegio Universitario, antigua sede de la Universidad de La Habana, reconstruida e inaugurada con motivo del octogésimo cumpleaños del Comandante en Jefe en diciembre del pasado año.
Pero también veo la labor del doctor Roig al crear la Comisión Nacional de Monumentos y Centros Históricos.
Su gran preocupación fue preservar y dar a conocer la memoria del tesoro patrimonial y monumental de Cuba.
Ese aspecto de su cubanía, de su culto a las piedras y a la memoria de lo cubano aparece ya en su primera juventud cuando forma parte del grupo de jóvenes que, acompañando a Fermín Valdés Domínguez – héroe de la lucha por la independencia, amigo de Martí y sobreviviente del holocausto del 27 de noviembre de 1871 – reclamaban del gobierno interventor norteamericano y después de la primera República la preservación del espacio de La Punta, donde tales acontecimientos ocurrieron unos pocos años antes.
Su preocupación por la Plaza de la Catedral, su intervención personal en la salvación de la Iglesia de Paula, amenazada por la ampliación de la línea del tren urbano, creó para el doctor Roig la imagen adecuada para un Historiador de la Ciudad de la Habana.
Como si esto fuese poco la organización que realizó de los Congresos Nacionales de Historia y la preocupación personal por la etnología, asociándose la batalla por el carnaval de La Habana y por los paseos tradicionales del sábado a la preocupación de su sabio amigo, el doctor Fernando Ortiz, serían suficientes; pero el doctor Roig aparece además en nuestra obra como el coleccionista que fue de un pequeño tesoro museográfico que forma parte del acervo esencial del actual Museo Nacional de Ciudad de La Habana, cuando este año recordamos que el 11 de diciembre de 1967 abrimos las obras de restauración del Palacio hace cuarenta años.
Mi memoria vuela a tres o cuatro años, exactamente a 1963-64, cuando ya en los últimos meses de su vida el doctor Roig tenía la inmensa preocupación por su museo, por sus papeles, por su biblioteca, por sus libros raros, por su colección de fotografías o de grabados, en la cual habían coincidido las colecciones donadas a él por amigos entrañables como Mario Giral Moreno y Gerardo Castellanos, gran historiador cubano –quien llevaba con mucho orgullo el título de historiador de Guanabacoa-, y además por la de su amigo Conrado Massaguer.
Años después, el doctor Juan Marinello con paternal afecto me llamó para decirme que él conservaba algo que en su momento me entregaría.
Fui a la casa de Juan y de Pepilla, en la calle Loma, y allí me mostró entre las cajas no abiertas de su reciente regreso a Cuba una silla preciosa y antigua que rápidamente identifiqué; aparecía en muchas fotografías y grabados del Palacio de los Capitanes Generales, de esas propias autoridades de Cuba, y también una singular fotografía del primer Presidente Republicano Don Tomás Estrada Palma.
Era la silla de trono de los Capitanes Generales.
Pregunté asombrado qué hacía allí, y me dijo Marinello que había sido un regalo personal de la viuda de Conrado Massaguer, con la intención de entregar de alguna manera un signo de su amistad y de su gratitud por la preocupación de Juan hasta el último momento de su vida por Massaguer, amigo entrañable de Roig desde los tiempos de Social, que le había legado la preciosa silla y él la conservó.
Me dijo: mira, yo no te la doy ahora mismo porque donde debe estar es allí, en el Palacio de los Capitanes Generales porque no quisiera que ella, la señora, vaya a pensar que yo no he apreciado su obsequio. Me di cuenta de la fineza de aquel hombre bueno y generoso que fue Juan Marinello, y no digo que esperé, sencillamente olvidé aquella conversación.
A su muerte, me llamó su sobrino, el destacado científico Zoilo Marinello, para decirme que quería darle cumplimiento a un mandato de Juan, y me hizo entrega de la silla y de una preciosa carta que me había dejado antes de morir, de esa manera recupero el hilo de mi conversación anterior pensando en las cartas del centón epistolario de Roig que está a punto de publicarse -donde aparecen entre otras cartas, epístolas precursoras de Juan Marinello unidas a la de Raúl Roa, a la de Pablo de la Torriente Brau, y a las de otros cubanos de aquella generación del 30; precisamente de todos ellos la Oficina del Historiador en gran medida es legataria, porque todos vieron con cariño, con afecto, la obra de Emilio Roig como gran publicista, como periodista comprometido con la realidad de Cuba en la defensa de los principios raigales de la nacionalidad, en la defensa de la creación de una conciencia antiimperialista y por la liberación nacional, que está profundamente presente en todas y cada una de sus obras escritas.
Por eso ahora cuando nos acercamos ya, porque el tiempo pasa rápidamente, a un nuevo 23 de agosto, fecha en que conmemoramos el aniversario del natalicio del Doctor Roig, ocurrido en La Habana un día como aquel pero del año 1889, me complace pensar que no hemos sido infieles a la palabra dada, que hemos conservado el legado y lo hemos acrecentado, y que su nombre está presente en cada iniciativa, en cada obra, en cada fundación y en el espíritu de todo lo que hagamos hoy y siempre.Queridas amigas y amigos de nuestro programa: revisando la gran papelería del Doctor Emilio Roig de Leuchsenring encuentro muchísimos trabajos que son precursores absolutamente de cuanto hacemos hoy.
Su misión de crear una junta nacional de arqueología y etnología nos da la ocasión de pensar en el apoyo por él brindado a los grupos arqueológicos como Humboldt, Guamá, a la sociedad espeleológica de Cuba, al joven Antonio Núñez Jiménez; su amistad con el Doctor García Rubio, con figuras tan importantes de la Arqueología Cubana como fueron el doctor Felipe Martínez Arango en Santiago de Cuba; su trabajo personal con el museo antropológico Montané, todo esto nos lleva a pensar en el auspicio que la obra arqueológica tanto en el Centro Histórico como las prácticas profesionales de los arqueólogos fuera de La Habana han dado a la Oficina y al Gabinete, y el contenido que aporta a la nueva carrera universitaria que a partir del mes de septiembre tendrá como hábitat el antiguo Colegio Universitario, el actual Colegio Universitario, antigua sede de la Universidad de La Habana, reconstruida e inaugurada con motivo del octogésimo cumpleaños del Comandante en Jefe en diciembre del pasado año.
Pero también veo la labor del doctor Roig al crear la Comisión Nacional de Monumentos y Centros Históricos.
Su gran preocupación fue preservar y dar a conocer la memoria del tesoro patrimonial y monumental de Cuba.
Ese aspecto de su cubanía, de su culto a las piedras y a la memoria de lo cubano aparece ya en su primera juventud cuando forma parte del grupo de jóvenes que, acompañando a Fermín Valdés Domínguez – héroe de la lucha por la independencia, amigo de Martí y sobreviviente del holocausto del 27 de noviembre de 1871 – reclamaban del gobierno interventor norteamericano y después de la primera República la preservación del espacio de La Punta, donde tales acontecimientos ocurrieron unos pocos años antes.
Su preocupación por la Plaza de la Catedral, su intervención personal en la salvación de la Iglesia de Paula, amenazada por la ampliación de la línea del tren urbano, creó para el doctor Roig la imagen adecuada para un Historiador de la Ciudad de la Habana.
Como si esto fuese poco la organización que realizó de los Congresos Nacionales de Historia y la preocupación personal por la etnología, asociándose la batalla por el carnaval de La Habana y por los paseos tradicionales del sábado a la preocupación de su sabio amigo, el doctor Fernando Ortiz, serían suficientes; pero el doctor Roig aparece además en nuestra obra como el coleccionista que fue de un pequeño tesoro museográfico que forma parte del acervo esencial del actual Museo Nacional de Ciudad de La Habana, cuando este año recordamos que el 11 de diciembre de 1967 abrimos las obras de restauración del Palacio hace cuarenta años.
Mi memoria vuela a tres o cuatro años, exactamente a 1963-64, cuando ya en los últimos meses de su vida el doctor Roig tenía la inmensa preocupación por su museo, por sus papeles, por su biblioteca, por sus libros raros, por su colección de fotografías o de grabados, en la cual habían coincidido las colecciones donadas a él por amigos entrañables como Mario Giral Moreno y Gerardo Castellanos, gran historiador cubano –quien llevaba con mucho orgullo el título de historiador de Guanabacoa-, y además por la de su amigo Conrado Massaguer.
Años después, el doctor Juan Marinello con paternal afecto me llamó para decirme que él conservaba algo que en su momento me entregaría.
Fui a la casa de Juan y de Pepilla, en la calle Loma, y allí me mostró entre las cajas no abiertas de su reciente regreso a Cuba una silla preciosa y antigua que rápidamente identifiqué; aparecía en muchas fotografías y grabados del Palacio de los Capitanes Generales, de esas propias autoridades de Cuba, y también una singular fotografía del primer Presidente Republicano Don Tomás Estrada Palma.
Era la silla de trono de los Capitanes Generales.
Pregunté asombrado qué hacía allí, y me dijo Marinello que había sido un regalo personal de la viuda de Conrado Massaguer, con la intención de entregar de alguna manera un signo de su amistad y de su gratitud por la preocupación de Juan hasta el último momento de su vida por Massaguer, amigo entrañable de Roig desde los tiempos de Social, que le había legado la preciosa silla y él la conservó.
Me dijo: mira, yo no te la doy ahora mismo porque donde debe estar es allí, en el Palacio de los Capitanes Generales porque no quisiera que ella, la señora, vaya a pensar que yo no he apreciado su obsequio. Me di cuenta de la fineza de aquel hombre bueno y generoso que fue Juan Marinello, y no digo que esperé, sencillamente olvidé aquella conversación.
A su muerte, me llamó su sobrino, el destacado científico Zoilo Marinello, para decirme que quería darle cumplimiento a un mandato de Juan, y me hizo entrega de la silla y de una preciosa carta que me había dejado antes de morir, de esa manera recupero el hilo de mi conversación anterior pensando en las cartas del centón epistolario de Roig que está a punto de publicarse -donde aparecen entre otras cartas, epístolas precursoras de Juan Marinello unidas a la de Raúl Roa, a la de Pablo de la Torriente Brau, y a las de otros cubanos de aquella generación del 30; precisamente de todos ellos la Oficina del Historiador en gran medida es legataria, porque todos vieron con cariño, con afecto, la obra de Emilio Roig como gran publicista, como periodista comprometido con la realidad de Cuba en la defensa de los principios raigales de la nacionalidad, en la defensa de la creación de una conciencia antiimperialista y por la liberación nacional, que está profundamente presente en todas y cada una de sus obras escritas.
Por eso ahora cuando nos acercamos ya, porque el tiempo pasa rápidamente, a un nuevo 23 de agosto, fecha en que conmemoramos el aniversario del natalicio del Doctor Roig, ocurrido en La Habana un día como aquel pero del año 1889, me complace pensar que no hemos sido infieles a la palabra dada, que hemos conservado el legado y lo hemos acrecentado, y que su nombre está presente en cada iniciativa, en cada obra, en cada fundación y en el espíritu de todo lo que hagamos hoy y siempre.

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