“El símbolo de la lucha que hemos librado”

octubre 9, 2007

Por: Eusebio Leal Spengler

El Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque junto al Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler

Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, compañeras y compañeros, niños de las escuelas, descendientes de los Padres fundadores de la Patria y del Padre fundador, Carlos Manuel de Céspedes. Muchas palabras resultan innecesarias este día, la naturaleza del acto nos exime de ello. Durante cuarenta años hemos vuelto a este sitio desde 1967, cada 9 de octubre, preservando siempre a Bayamo, cuna de la Revolución, la solemne celebración del 10 de octubre. Escogemos este día 9, ante el monumento que nuestro predecesor el Doctor Emilio Roig de Leuchsenring, de feliz memoria, levantó en esta plaza, porque no existía en La Habana, más que un modesto busto del Padre de la Patria, levantado en un instituto de la Víbora por Hortensia Pichardo y su esposo Fernando Portuondo.
Este monumento llenó sus aspiraciones, colocarlo aquí, en el centro de esta plaza, como está en Bayamo, como está en Santiago de Cuba: Céspedes al centro de la historia, piedra angular. Fue él, el promotor de la iniciativa, fue él, el que logró hacer verdad el sueño de generaciones, convirtió en palabra y en acción viva, lo que los precursores con sangre y sacrificio, secretas conspiraciones, dolorosos exilios, soñaron sin poderlo realizar.
El 10 de octubre era un día señalado, era un día en que se celebraba la fiesta oficial de la monarquía reinante, gobernante en Cuba. El 10 de octubre fue coincidente o premeditadamente el desafío, el guante lanzado, fue allí donde, -en el patio de un ingenio de azúcar, mirando al golfo de Guacanayabo, mirando al fondo la imponente Sierra Maestra que se dibuja al alba y al atardecer en el paisaje de oriente-, los precursores escucharon la palabra del líder máximo de aquella Revolución, de nuestra Revolución. Fue él, el que tuvo el valor acerado, fue él, el de las grandes renuncias, el del gran valor personal. Algunos al analizar aquel proceso consideraron su llamamiento como un discurso de prudencia y de moderación, podía hacerlo acaso el acto de tomar las armas contra el despotismo e intentar sacudirlo no en una jornada, sino en un ejercicio que sería necesariamente largo y sangriento.
Con espacio de diez años Cuba luchó para obtener su credencial de identidad ante los pueblos americanos, una guerra tan larga y sangrienta, como la iniciada hace dos siglos en 1810 en casi todo el continente para la primera independencia, sin embargo la nuestra, pospuesta por los azares del destino, por el fatalismo de una geografía que nos unió a las puertas del Caribe americano, a la gran nación del norte, hizo que el grito se pospusiese después de incontables intentos sangrientos y dolorosos sacrificios como ya he dicho. La mujer, el niño, la familia cubana, los que tuvieron el valor de levantarse después del 10 de octubre en las Villas centrales, en el Camagüey, los focos de rebelión en distintos lugares de la Isla que permanecieron, o sobrevivieron, o fueron dolorosa y tristemente aniquilados, son quizás el símbolo más hermoso de aquella proeza. Luego el sueño, la utopía, la fundación de una República desde el movimiento revolucionario, una República que en su concepción ideal pondría plomo sobre las alas del águila, plomo sobre las alas de la paloma blanca de la Revolución, que debía volar libre, original y creativa. Luego Céspedes sometido por la propia idea que él había dibujado.
Fue necesario ese capítulo de la historia para que pudiésemos valorar hoy, el sentido de la unidad de la nación, para que pudiésemos valorar el sentido del hermético y acerado concepto de que la patria, la soberanía nacional, la jerarquía y el valor mismo de la idea están por encima de todos nosotros. Fue necesario además el destierro interno, la renuncia personal a todo exilio, se ha dicho con razón que los que fueron a buscarle allá a San Lorenzo llevaron para él -sin saberlo- una corona de laurel, fueron allí para ultimarlo en lo alto de una roca cuando él había prometido que lucharía hasta el final, hasta el último proyectil, que sería para sí. Sin establecer conjeturas, ni adelantarlos a un juicio forense que ya resultaría imposible, no sería deshonroso para él, ni para ningún revolucionario aquel destino en un lance parecido, lo cierto es que luchó hasta el final y en lo alto de la roca y en medio de un paisaje que se conserva mágicamente intacto, está hoy su monumento, y el lugar donde recibió humillación y donde fue depuesto, el alto cargo otorgado por el pueblo cubano al líder máximo en Guáimaro, está hoy en una inmensa presa purificadora que lleva su nombre, y ya no existe en la geografía de Cuba más que en la memoria histórica un lugar que se llame Bijagual.
Es por eso que hoy con el canto del sinsonte al fondo, con los signos de su pueblo, con los niños que representan la única raza, la raza cubana, a todas las generaciones presentes y futuras, con los combatientes de nuestra Revolución -que han proclamado su deseo de reunirse en un nuevo concilio, para discutir las cuestiones del futuro que son hoy las más importantes sobre la gloria pasada y actual-, nos reunimos en la Plaza de Armas que lleva su nombre. Plaza donde una vez más se ha escuchado el himno, en su versión original, que fue cambiando en la medida en que la Revolución, adquiriendo madurez asumió como propio el ritmo, la cadencia y la fuerza de una marcha militar que se dio en los campos de batalla -que se probó en los más dolorosos-: para él, para su frente elevada sobre el palacio que un día fue la sede del poder que él juró derrumbar y deshacer, nace gloriosa y hermosa la Patria que a todos nos abraza ¡Gloria a ti, padre y maestro! ¡Gloria a ti piedra clave del alma!
Gracias Comandante de la Revolución Juan Almeida por venir una vez más aquí con nosotros, cuánto apreciar esa profunda devoción que le ha llevado por toda Cuba a restaurar los monumentos, a colocar ofrendas en los lugares más desconocidos, a honrar y a cuidar la tumba allá en Santa Ifigenia del Padre de la Patria, que es el símbolo para nosotros hoy de la lucha que hemos librado. 

Carlos Manuel de CéspedesHistoriaOficina del HistoriadorPatriaTradición

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