“Solo al honrar, nos honramos”

febrero 15, 2019

Por Rachell Cowan Canino / Fotos: Alexis Rodríguez

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El Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana, recibió el doctorado Honoris Causa en Relaciones Internacionales por su vínculo con la política exterior del proceso revolucionario cubano, reconocimiento que dedicó a José Martí, al comandante Fidel Castro y a la Patria, en su sentido más amplio.

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En ceremonia solemne celebrada en el Teatro Martí y con la presencia de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, la rectora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, Isabel Allende Karam, leyó la resolución número 5 de 2019 donde el consejo científico del Instituto Superior de Relaciones Internacionales propuso este galardón, por la labor del Doctor Leal Spengler como promotor incansable de la historia, la cultura y los valores del pueblo cubano; además, por su profundo saber del legado martiano y de las ideas de Fidel, y en la defensa del Patrimonio.

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Al pronunciar las palabras de elogio, Abel Prieto Jiménez, director de la Oficina del Programa Martiano, confesó que “elogiar a un hermano es siempre grato” y “porque elogiar a quien los merece tanto como Eusebio, es particularmente especial. También porque este título viene a realzar en él uno de los servicios mayores que ha venido prestando a la Patria desde hace años”.

Sobre el “hombre luminoso”, Prieto Jimenez recalcó que “este título es algo muy merecido por Eusebio y es que ahí se premia a una figura de nuestra cultura que ha realizado una labor inmensa y colosal en defensa de la Revolución en todas las regiones del mundo. Lo ha hecho en primer lugar, desde la Habana: desde su Habana; Eusebio ha acogido a miles de visitantes extranjeros entre los que se cuentan muchos jefes de estados y de gobiernos, ministros, cancilleres y personalidades influyentes (…) He visto el rostro de muchos visitantes después de atravesar por tantos lugares sagrados, después de asimilar esa experiencia tan intensa que les ha ofrecido Eusebio. Parecen haber sido tocados por un milagro, por el ala de un ángel, por un pedazo llameante de cubanía, porque la ciudad y su Historiador marcaron su memoria con una huella que no se borra”.

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“Eusebio ha sido un portador de la verdad de Cuba en todas partes; su gran cultura, su don de gentes, su imantación, ese verbo que siempre deslumbra, su propia obra como Historiador y como gestor junto a Fidel del proyecto de restauración más original y creativo que pueda imaginarse, lo han convertido en un embajador itinerante, capaz de tocar todas las puertas con la seguridad que esas puertas se abrirán. Su estilo, su señorío fundador, su devoción cristiana y revolucionaria, su combinación tan peculiar de elegancia y firmeza en los principios, ha ido quebrando a su paso todos los estereotipos”, recalcó el también Asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.

Prieto Jiménez, añadió que el Historiador de La Habana ha desarrollado una diplomacia cultural que no tolera el menosprecio o la agresión hacia Fidel, Raúl o Cuba. Ha sido un restaurador creativo y un orador cordial, pues ha sabido restaurar también el estado anímico de los habitantes de la otrora Villa de San Cristóbal de La Habana.

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Al comenzar las palabras de agradecimiento, el Doctor Leal expresó que “al tener de las manos de la embajadora y rectora magnifica, el título y las blancas rosas martianas he querido, con sincera y verdadera gratitud y humildad, colocarlas al pie de la grandiosa bandera de Cuba como símbolo de agradecimiento a nuestra madre amantísima a la que todo debemos; y considerar y decir ante ella que excuse todos los errores y extravíos que a lo largo de una vida, que se hace ya larga, pero que ha sido en búsqueda del conocimiento y en vocación de servicio para ella”.

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Eusebio Leal Spengler recordó, cuando apenas tenía 16 años, aquel primer encuentro con su predecesor Emilio Roig de Leuchsenring y con su esposa María Benítez Criado: “ambos me acogieron, ella me introdujo con generosidad a él y con él al círculo magnífico de lo que en ese momento formaban el coro del pensamiento historiográfico cubano; allí acudí cuando apenas tenía la primera ilustración. Me honro haber recibido de manos del líder de la clase trabajadora mi carnet del sexto grado, después de haberme sentado en las clases ya adulto, no para vergüenza, sino para orgullo de mi generación, para adquirir letras. Todo lo demás se hizo en la lectura, en la búsqueda apasionada y a ciegas del conocimiento; en la necesidad de usar términos y palabras para eludir la ortografía incierta; buscar oraciones precisas para expresar el pensamiento y teniendo, además – como agravante, en aquellos momentos – una formación cristiana que suponía buscar en los que como yo lo habían sido, pero habían derramado su sangre”.

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Asimismo, resaltó lo que aprendió en los libros de Historia: “de ellos supe que la necesidad de los servicios exteriores de Cuba eran un imprescindible mandato; de ahí que todo eso lo conocí leyendo y buscando papeles; pero luego me tocó, cuando apenas comenzaba mi trabajo – allá por 1964 –, acudir con dos amigos ya difuntos a ver al canciller de la dignidad Raúl Roa García”. De esa manera mencionó a cada una de las personas que, de una manera u otra, aportaron conocimientos y “las maneras necesarias para que un revolucionario no padeciera en forma alguna”.

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“Hay palabras que considero fundamentales como lecciones o principios de filosofía. La primera, la necesidad de la gratitud – pobre de aquellos que muerden la mano que los ayuda o los levanta –. La segunda, la que más detesto, la envidia, es fácil elogiar y acordarse de los que ya no están; pero lo verdadero, lo extraordinario, lo grande es admirar a nuestros contemporáneos: a los historiadores, a los artistas, a los que seguramente tienen mucho más mérito que yo. Y lo tercero, que me parece que hago renuncia pública en este acto, a la vanidad, porque nada significa, nada sirve cuando uno está a las puertas de la vida, en el umbral de la muerte. La vanidad no sirve, no ayuda, no construye, por tanto ahora que me dan este título que aprecio – que no voy a decir que no merezco porque sería, después de esta lectura, una ofensa a la inteligencia de la rectora, del colegio universitario y del propio ministro – y merezco en la sencillez de mi oficio; y es verdad que recibí embajadores, delegaciones, reyes, presidentes, héroes de la lucha emancipadora, conspiradores que pasaban por Cuba con el ansia de independencia de sus pueblos, es verdad todo ello; pero todo lo hice siguiendo esa vocación del caminante que nunca termina y sobre todo creyendo que toda gloria o mérito, merece a Cuba: nuestra madre amantísima. Descienda sobre mí este día, oh madre, los colores que te hicieron gloriosa y colócame en la frente para no perecer con la vida, la estrella solitaria. Y como ha dicho mi amiga y admirada Fina García Marruz, cuando me olviden los hombres: me recordarán la piedras”, exaltó el Historiador de la Ciudad de La Habana.

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En la ceremonia también estuvieron presentes Esteban Lazo Hernández, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular; Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores y José Ramón Saborido, ministro de Educación Superior.

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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