Elogio del doctor Eusebio Leal Spengler

septiembre 22, 2010

Por: Félix Julio Alfonso López

Dr. Raúl Arias Lovillo, Rector Magnífico de la Universidad Veracruzana
Dr. Gustavo Cobreiro Suárez, Rector Magnífico de la Universidad de La Habana
Distinguidos académicos e invitados:

El oficio de historiador, tan antiguo como el hombre mismo, se ha debatido siempre entre la cientificidad, la razón y la objetividad de un lado, y la emoción, el placer y el goce estético del otro. Esta tensión inmanente siempre ha tenido por objetivo la búsqueda de un conocimiento, muchas veces inapresable, cuya condición última debe ser siempre la verdad. Desde  los griegos a nuestros días, los avatares de la historiografía han sido infinitos, pero el historiador auténtico sigue rindiendo culto a la lucidez, la inteligencia, la pulcritud del estilo, la honestidad acrisolada, la franqueza y las delicias del buen decir. A este linaje inmarcesible pertenece Eusebio Leal Spengler, cuya elocuencia, sagacidad y  agudeza constituyen, a mi juicio, las claves de un magisterio que no cesa de seducirnos y asombrarnos.

He dicho, con toda intención, magisterio, porque me siento uno de sus discípulos, del mismo modo que él se declaró siempre discípulo de Emilio Roig de Leuchsenring, y Emilito, en admirable sucesión, confesó que se sentía continuador de la enorme tradición que, desde Varela a Martí, llena con su prédica y su acción la fundación de la nación cubana. Porque Eusebio pertenece por derecho propio a esa cohorte de creadores, a esa familia espiritual de quienes han pensado, imaginado y soñado a Cuba, y han convertido su bienestar y su grandeza en el centro de sus afanes, alegrías y penas.

El camino iniciado hace medio siglo, cuando  era el empleado más joven en las oficinas del Palacio de los Capitanes Generales,  como el de todos los revolucionarios verdaderos, y Leal lo ha sido en grado sumo, no ha estado exento de incomprensiones, afrentas y diferencias sin cuento. Pero la grandeza también está en sobreponerse, a fuerza de trabajo,  talento y cariño,  a las amarguras momentáneas y el rencor mediocre. De todas las batallas y desafíos el historiador, como el estratega, ha extraído enseñanzas y  sabiduría. Y las convicciones y el amor a la obra mayor han triunfado.

Una de sus posturas personales más reconocidas y respetadas, ha sido la de poder conciliar su condición de creyente de la fe católica con su vertical defensa de la Revolución Cubana. Ello le conllevó problemas y agonías personales, con quienes no entendían como ser consecuentes con la fe y la ideología. Identificado con los más trascendentes valores del cristianismo primigenio, Leal se ha reconocido siempre entre los que intentan remediar, mediante la bondad y la fe, el sufrimiento de los demás.
Lejos de cualquier intolerancia dogmática, Eusebio ha proclamado la necesidad de preservar y promover la diversidad cultural y religiosa de la Humanidad. Por tal motivo, el Centro Histórico de La Habana ha incorporado a su tejido de instituciones católicas predominantes, heredadas del pasado colonial,  espacios para la fe judía, los cultos afrocubanos, la religión musulmana, las iglesias ortodoxa griega y ortodoxa rusa. Todo ello en pro del “respeto al prójimo: un ideal sustentado en el amor  a la libertad y en el papel regenerador y profético de la cultura, que constituye un genuino enunciado de paz y concordia entre los seres humanos”.

Esa faena superior ha quedado recogida en infinidad de discursos, oraciones, intervenciones, entrevistas, conferencias y charlas, pronunciadas con voz profunda y cálida,  cada una de ellas en si mismas de un valor pedagógico y humanista que todavía no alcanzamos a valorar en toda su trascendencia, entre otras cosas porque su verbo torrencial y generoso prosigue su fecunda tarea de ilustrar, convocar, persuadir y conmover.

La Historia como maestra y guía de su pensamiento axiológico, le ha servido a Leal para destacar aquellas figuras y procesos que más han contribuido a labrar un proyecto de país independiente y soberano. En ese batallar de siglos, las imágenes de Carlos Manuel de Céspedes Máximo Gómez y José Martí han sido de las más  exaltadas por Leal, quien destaca en ellos su condición de cubanos plenos y universales. Junto a  los padres fundadores, la ética y el ejemplo de Fidel Castro han sido otra de las fuentes nutricias del pensamiento del Historiador de la Ciudad. En este sentido, ha referido como:

Habiendo tenido yo una formación martiana y cristiana, lo que me atrajo de Fidel fue precisamente la coherencia y amplitud de su pensamiento. (…) bebí mucho de su espiritualidad, de su sentido de la justicia, del carácter caballeresco de su persona: si queda un caballero en el mundo ese es Fidel, de su generosidad aun con sus adversarios, porque muchos que escriben ahora, de haber sido él implacable, no podrían contar la historia.  Por eso siempre dijo que de todas las revoluciones esta había sido la más generosa y es cierto.

Eusebio Leal siempre ha destacado la singularidad de la Revolución Cubana dentro del contexto latinoamericano y universal, no como una teleología caprichosa, sino  como un proceso histórico que arranca con Céspedes en Demajagua, continúa con Martí y la Guerra del 95, eclosiona nuevamente en los años 30 y finalmente logra triunfar en 1959.  Su defensa apasionada como obra de justicia, de derecho y de amor, ha sido una constante en discursos y entrevistas:

Nuestra Revolución no salió de la paz augusta del socialismo europeo; vivió en la agitación revolucionaria latinoamericana. Se luchó en este continente de una forma inconcebible, y Cuba estuvo presente en cualquier parte de la tierra donde se peleaba por el hombre (…). Por ello es inaceptable decir que la Revolución hizo justicia sin amor. ¡Qué juicio temerario, qué herejía! Yo pienso que el amor salva y que esa enorme obra de solidaridad hecha a nuestras expensas, nuestra inspiración natural y vocación, es el más grande monumento al amor (…).

Para Eusebio, en suma, la Patria y la Revolución implican un sacrificio y un deber, un “compromiso místico”, que toca las fibras más íntimas del pueblo, incluso en épocas de penurias, descreimiento o calamidades, y la fe en ellas no debe perderse jamás. El concepto de Patria aparece una y otra vez en múltiples evocaciones, como aquella conmovedora  oración por el Padre Varela en que concluye diciendo que, el principal milagro de aquel sacerdote era: “la nación cubana sana y salva; es la patria que se levanta de la ceniza de la agresión, del aislamiento, de la pobreza, y que tiene púlpito todavía (…) para proclamar tu gloria”.

La cubanía, entendida en  el sentido de elección consciente que le otorgó Fernando Ortiz, es para Eusebio Leal un hecho eminentemente cultural, por encima de otros criterios que la vinculan a lo étnico o lo telúrico. Esta condición de cubanos la ilustra con una bella metáfora martiana: “la estrella que lleva en su frente todo el que sirvió a su patria”. La cultura, entonces, no es aquí un adorno para presumir ni un legado libresco, sino el condicionamiento de un modo de ser y de vivir en libertad: “es la coraza que nos cubre; es la profecía, el manto ricamente bordado que, invisible, cubre nuestras espaldas heridas y nuestras manos rotas”. Por tal motivo, el  centro de buena parte de su prédica pública relacionada con la conmemoración de fechas históricas, homenajes a grandes personalidades, o la salvaguarda del patrimonio, insiste en la necesidad de una ética profunda que guíe la conducta de los cubanos.
Pero  esa obra intelectual estaría incompleta sin la estela que Leal ha dejado, durante más de cuatro décadas, en la restauración minuciosa y dignificación moral de ese pequeño espacio, tan amado, que es La Habana Vieja. Espacio primigenio, de una densidad histórica y simbólica insospechada,  entrañable para sus habitantes, que ha renacido gracias a un proyecto integral y culto,  bajo el liderazgo  que Eusebio ha consagrado en los siguientes términos: “una concepción humanista, multidisciplinaria, que no es solamente la visión de un ególatra, ni el canto de cisne de un profeta, ni tampoco la voluntad de un equipo que trata de imponerle a los demás su visión”.

El Proyecto de Gestión Urbana desarrollado en La Habana Vieja durante los últimos tres lustros (1994-2009), se ha distinguido de otros en el mundo por su carácter auto sostenible económicamente, integral culturalmente y de servicio social. La cultura se constituye entonces en el foco integrador de todo el proyecto:

Si hacemos una ciudad más amable, más gobernada, más cuidada, más amante de su propia imagen, pues yo creo que ahí estriba la dignidad y el proyecto que hemos tratado de hacer. Todo proyecto de desarrollo que se realice al margen de la cultura solo genera decadencia. La importancia de este proyecto es que ha sido generado desde la cultura; desde una visión de la cultura, y no de una visión de la cultura elitista sino de una concepción de vanguardia, muy comprometida con esa ciudad, con el niño y con los vitrales, con el espacio para estar por la calle pero con el espacio de una calle en la cual el ser humano es el determinante.

Su filosofía ha descansado en un permanente diálogo entre la comunidad y su historia, buscando consensos, creando empleos, brindando atención diferenciada a grupos vulnerables, abriendo espacios culturales, comprometiendo a los ciudadanos con la defensa del patrimonio y enseñándolos a amarlo. Y esto último radica en una categoría que para el historiador es primordial, la belleza:

Hay que propiciar el encuentro con la belleza, dondequiera que sea (…) yo tengo una gran confianza y una grandísima  esperanza en que solamente ese sentido de la belleza, esa fuerza salvadora, esa efusión amorosa…es la que regenerará  y abrirá las puertas  que queremos para el futuro de nuestro país.

Una de las virtudes que siempre me han parecido miliares en la vida de Leal es su incomparable  optimismo, y su tenacidad en pro de hacer realidad sueños que parecían imposibles. Uno de estos proyectos largamente acariciados y hechos realidad es el del Colegio Universitario de San Gerónimo, en cuya inauguración confesó, agradeciéndole a Fidel por su apoyo y sus desvelos:

A usted, maestro de los cubanos, en su 80 aniversario, este regalo tan hermoso. Los que nos precedieron en esta casa parecen ser como los fantasmas evocados por Martí en su verso emotivo, cuando recordaba a los jóvenes estudiantes de 1871, que precisamente de aquí, de este lugar, fueron sacados al martirio. La figura magistral de Céspedes, Padre de la Patria, fundador, alumno de esta escuela; el verbo encendido de Agramonte en la defensa de los principios de su doctrina jurídica… todo ello está ahora aquí, y nos acompaña.

Eusebio Leal está también aquí, para suerte nuestra, y lo acompañan los manes tutelares de la pasión cubana. Elogiemos, pues,  al hombre enérgico y delicado al mismo tiempo, al ser humano  hecho de sentimientos y pasiones, la  criatura romántica y realista, el educador ilustre, el jefe noble y sincero,  el patriota sin fisuras. Quienes lo escoltamos en el largo camino por defender y enaltecer los valores sagrados de la cultura cubana, sentimos un inmenso orgullo de compartir su incesante batallar. Quienes tendrán la misión de continuar su obra, y hacerla perdurable en el tiempo, no deberán olvidar aquello que una vez reveló, y que interpreto como un trascendente mandato: “Siempre estaría dispuesto, en cualquier tiempo, a volver a comenzar”.

A Eusebio Leal le podríamos aplicar aquellas tres dimensiones de la existencia que postuló el poeta español Jorge Manrique: la terrenal, ejercitada en una vida virtuosa;  la de la fe, consagrada en los misterios de la sobrenaturaleza;  y la de la fama, destinada a los literatos y artistas. Esa triple dimensión Eusebio la ha asumido  con sencillez y naturalidad, atento siempre a una vocación de servicio jamás traicionada. Hombre de una ética acrisolada y una vida consagrada al trabajo, entiendo que el mejor modo de concluir estas palabras de elogio con esta frase suya, cargada de presagios: “Lo importante no es donde se nace, sino como se piensa. Lo importante no es lo que se dice, sino como se vive. Lo importante es vivir”.

La Habana, septiembre de  2010 

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