Predicar la virtud ciudadana

noviembre 15, 2009

Por: Magda Resik Aguirre


Siempre ha deseado se le concedan otras vidas para alcanzar a cumplir su anhelo mayor: ver a La Habana restaurada desde la armonía que confiere a las ciudades, el compromiso de sus habitantes con un entorno por el cual exhiben orgullosos su sentido de pertenencia.
La capital cubana es su escenario preferido, el estímulo de su accionar constante y también el espacio de sus mayores sufrimientos: esos que provienen de la agónica batalla diaria por alcanzar la perfección y calidad en las obras, por impedir que el patrimonio se pierda o sufra agresiones nacidas de la ignorancia y la desidia, por proponer desde la cultura y la civilidad una práctica fructuosa para los pobladores de la otrora Villa de San Cristóbal de La Habana, que arriba a su 490 aniversario.
Son inmensas las responsabilidades de Eusebio Leal para quien el tiempo ya no es “su” tiempo, sino el tiempo de los “otros”; el tiempo de servir a una obra y a un país a los cuales consagra estoicamente cada minuto y pensamiento. Con el paso de los años, su entrega lo ha convertido en símbolo y asidero de quienes se reponen ante cualquier obstáculo cotidiano, no creen en imposibles y confían en las virtudes del socialismo – para nada reñido con la belleza y fundado desde el humanismo, un concepto que parece hecho a la medida del Historiador de La Habana.

La Habana celebra su 490 aniversario. A la altura de estos años, ¿cómo se proyecta la capital de Cuba hacia el mundo?

La Habana es Cuba y Cuba es la Revolución. No cabe la menor duda de que cuando se piensa en La Habana, se repasa ese pugilato histórico que los cubanos han llevado adelante por espacio de medio siglo y mucho más.
Recuerdo que cuando en 1968 se conmemoró el centenario de las luchas por la independencia, el Grito de La Demajagua y la proclama de Carlos Manuel de Céspedes, hablábamos de 100 años de lucha. Ahora ese tiempo se ha extendido y lo más importante cuando hablamos de La Habana es preguntarnos si esa lucha que hemos librado ha valido la pena y si llegamos finalmente a la otra orilla del caudaloso río.
La ciudad ha sido emblema de esa batalla y lleva también las huellas de ese largo debate; las heridas en el rostro que ha sufrido Cuba por causa del bloqueo, de las agresiones, de la urgente necesidad de habernos tenido que aplicar a defender el país a lo largo de medio siglo.
La Habana llega a su 490 aniversario, a una década del medio milenio, cuando dentro de diez años necesariamente todo será diferente porque debemos pensar realistamente – y me refiero esencialmente al hecho de que nuevas generaciones de cubanos habrán encarado el deber de conservar Patria, Revolución y Ciudad.
Hablamos de La Habana como capital del Socialismo en Latinoamérica, como escenario de los grandes acontecimientos que han tenido un carácter no local ni nacional, sino latinoamericano y mundial. La escala de La Habana se agiganta y magnifica. Para mí como restaurador, queda mucho por hacer, pero como persona que conoce el balance del estado de la ciudad latinoamericana, me alegro de que la nuestra esté ahí, susceptible de ser restaurada, urgida de ser amada, revolucionada ella misma y ha llegado el tiempo de que esto se haga. Quiere decir, que el país comienza a sentir la urgencia de que depositemos los ojos por un tiempo en La Habana.


José Martí tuvo una estrecha relación con esta ciudad y cuando desde la lejanía miraba hacia Cuba, su patria amada, en buena medida contemplaba a La Habana. ¿Cómo era la ciudad para Martí?

El decía que los temas de La Habana los llevaba personalmente y tenía razón. La Habana era muy importante, tenía mucho peso en la Cuba de su tiempo y en el nuestro. Entonces, esa ciudad de Martí es la ciudad en cuyo nombre generaciones que lo han continuado, han tomado sus símbolos y sus valores para llevar adelante una causa nacional y universal que es la de alcanzar toda la justicia posible. Es por eso que la Casa Natal, la Fragua Martiana, su monumento en el Parque Central, el de la Plaza de la Revolución, todos son hitos de su paso por la historia, vivo o en espíritu.
La Habana sigue siendo su ciudad. Los asuntos habaneros tiene que seguirlos llevando Martí con su sentido de la ética, con esa urgente necesidad de predicar – más que el defecto y lo oscuro -, la virtud ciudadana, la concordia familiar y generacional, la compatibilidad de intereses de todos los que habitan en una urbe que, en tiempos de Martí, tenía si acaso 200 mil habitantes y que hoy tiene 2 millones y medio o quién sabe cuántos habitantes, porque nunca sabemos la cifra exacta.
Sólo sé decirte que cuando salgo a la calle me doy cuenta de que somos muchos para obrar bien por nuestra ciudad.

¿Cuáles serían esas virtudes y tipicidades de la habaneridad que hoy podemos exhibir?

Se dice y a veces es una consigna un poco pesante, por repetitiva, que La Habana es la capital de todos los cubanos. Es cierto que es una redundancia: La Habana es la capital. Es más, hay una confusión con la división político administrativa y a veces, cuando arribas a la ciudad capital, estás entrando a la Ciudad de La Habana, cuando en realidad estamos entrando a La Habana. Es esa la Habana del 490 aniversario.
La Habana con el artículo por delante, la otra es Habana, y quizás en una nueva división político administrativa las cosas queden más claras, y finalmente, la provincia Habana actual, adquiera una capital y La Habana tenga el sentido de preeminencia que le viene por su nombre sonoro, breve, exclusivo y universal.
La Habana es una ciudad hospitalaria. Todo lo que se diga en contra de eso es incierto. Inclusive, cuando escuchamos a algunos denostar de la presencia de cubanos de otras provincias, olvidan su carácter de capital y su carácter cosmopolita. Es así y tiene que ser así.
Quizás el desarrollo del país y las necesarias medidas que impidan que La Habana se convierta en lo que son otras capitales latinoamericanas, – espacios infernales donde nada más pueden disfrutar del sentido de la ciudad los que viven en su centrum y no en su inmensa y dramática periferia – lleguemos a la conclusión de que ha sido y es una ciudad hospitalaria, que recibe.
Guardo en mi memoria cómo acogió esta ciudad a la Revolución, a los alfabetizadores, a los campesinos, cómo nos recibió y recibe cada vez que salimos a luchar por la economía, la paz, la libertad… y regresamos a ella.
La Habana es una ciudad que tiene esos valores no solamente como una atribución constitucional y formal, sino también porque en la Habana ha vivido gente de todas partes del mundo; ha sido un crucero en el Mediterráneo americano.
¿Cómo podemos hablar de La Habana sin reconocer la presencia en ella de todo cuanto vale y brilla de cada una de las naciones latinoamericanas y del mundo? En ese sentido, podemos sentirnos dichosos de que 490 años después, nuestra ciudad mantiene aquella vigencia que se dio el primer  día cuando un grupo de recién llegados se plantaron junto a un árbol y dijeron: esta es la aldea, este va a ser el campamento, esta será la villa, esta será la ciudad, esta será la capital. Y así fue: ellos lo soñaron y las generaciones futuras lo consumaron hasta hoy.

¿Cuál es la responsabilidad mayor de quien habitamos La Habana y de los forasteros que la visitan?

Hay mucho que hacer y los habaneros no podemos pensar que aquí está todo. Tenemos que mirarnos en el espejo de otras ciudades de Cuba que han iniciado con mucho éxito proyectos de regeneración urbana y medioambientalista de gran envergadura. Por ejemplo, Cienfuegos, que logró ser Patrimonio de la Humanidad; Camagüey, también Patrimonio de la Humanidad y que con una gran fuerza y originalidad trabaja en su rehabilitación. Y pienso en otras ciudades de Cuba donde núcleos muy valerosos han luchan, como en Trinidad, Santiago de Cuba… En Pinar del Río, después de haber sufrido las afrentas de los ciclones, hay que ver con que galanura y fuerza se han volcado en la restauración  y la conservación de la imagen de la ciudad, plantando, arreglando, cuidando, presentándose ante el huracán y ante sus consecuencias con las mejores galas.
Repito, La Habana tiene mucho que aprender. El debate de la conservación no debe seguirse dando sólo en el Centro Histórico, ni en dos o tres puntos, con algunas obras; tiene que iniciarse todo un movimiento por la preservación de la ciudad y de sus valores que fueron siempre creados por el pueblo. Podemos decir que desde los castillos y las torres, hasta las iglesias y las murallas, fueron el fruto de una voluntad férrea de salvar algo que se convirtió en identidad y nación con el tiempo; y algo que levantaron con sufrimiento los esclavos, los campesinos, los ingenieros, los constructores… todo eso y más es del pueblo.
Entonces, hoy es del pueblo El Vedado, La Víbora, El Cerro, Santo Suárez, Centro Habana… ¿Qué esperamos? Hay que luchar por toda la ciudad y no podemos vivir, al menos yo no viviré tranquilo, adorando al Becerro de Oro que es su Centro Histórico, ni poniéndome delante como la mujer de Lot a pensar en el pasado, porque no quiero volverme en una estatua de sal. Debemos luchar por la ciudad de hoy y por la ciudad futura y para eso necesitamos a todos los cubanos y a todos los habaneros, de corazón.


Con el ars poética que le es propia: ¿qué representa La Habana para Leal?

A veces me aparto, visito lugares agradables dentro de Cuba, que es mi tierra, a la cual adoro. A cualquier lugar de su geografía a donde llegase, seré siempre uno más. Si me designaran en Baracoa o en el Cabo de San Antonio, sólo unos días después, para mí sería ese el centro del mundo. Pero mientras esto no ocurra, el centro del mundo es para mí La Habana, mi Habana. No podría vivir sin ella.

Cortesía de la Revista Honda, de la Sociedad cultural José Martí 

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