492 años: fidelidad y grandeza de La Habana

noviembre 23, 2011

Por: Magda Resik Aguirre


La ceiba ha sido uno de los ejes fundamentales para la celebración por el aniversario de la ciudad. A ella regresan cada año habaneras y habaneros. ¿Por qué razón una ceiba como el símbolo de La Habana?
Se encontraron, primero en la década del 80 y después ya en 1996, dos especies de mapas: el primero, en el Archivo de Indias de Sevilla, en que aparece la distribución de una esencial Plaza de Armas, con la planta del Castillo de la Fuerza y sola, exenta, una gran ceiba. Según la tradición, que es vox populi –y se dice: vox populi-suprema lex, la suprema ley es la palabra del pueblo–, junto a la sombra de ese árbol, que era el más corpulento del bosque que existió en torno al puerto de La Habana, los conquistadores españoles escogen un sitio, que fue el mejor. Quedaba dentro del canal del puerto, al abrigo de la tempestad, por las colinas que hoy preside la fortaleza de San Carlos de La Cabaña, junto al puerto admirable, conocido ya desde 1508 por el viaje en que Sebastián de Ocampo realiza el bojeo de la Isla, por orden del comendador de Lares y gobernador de Santo Domingo, para echar abajo la última opinión dada por Cristóbal Colón de que más que esa visión maravillosa, de esplendor, que él describe en los primeros días del hallazgo de la gran isla, viene una visión desoladora de la costa sur, una visión de los infinitos cayos que no terminan, probablemente de la Ciénaga de Zapata y de toda la zona menos hóspita de Cuba, que le hacen tornar cuando está relativamente cerca del Cabo de San Antonio y declarar que Cuba era parte de un continente desolado e inhóspito.
Eso va a ser echado abajo por el bojeo de 1508 y posteriormente por el desembarco de la expedición castellana en la punta de Maisí, en el extremo oriente de Cuba, y que va a buscar la fundación de la primera villa, que va a ser Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa.
Recientemente, hemos celebrado en Baracoa también junto a un árbol convertido en cruz, ya que la cruz de la parra en Baracoa, hecha de un árbol europeo, va a ser el símbolo no solo de la fundación de la villa, de la primera de las villas, sino también un símbolo de la evangelización continental.
Ahora, cuando se llega a La Habana, no llegamos a la ciudad de la ceiba, sino a una Habana en la costa sur. Y habría que analizar por qué razón a partir de Baracoa, las villas de Santiago de Cuba, San Salvador del Bayamo, la Santísima Trinidad de Cuba, se van orientando hacia el sur.
¿Dónde estaban las principales expectativas de la España conquistadora de ese momento, que era en tierra firme? La Habana de 1519 ya responde a una nueva orientación de la conquista: la navegación cada vez más frecuente por el Estrecho de la Florida y el descubrimiento del Imperio Mexica -las tierras de México en el seno del Golfo que lleva su nombre.
A partir de ese momento, nace la idea de que la ciudad, la villa, el campamento, tiene que pasar del sur al norte. ¿Dónde quedó ese campamento con su primera parroquial mayor, la casa del cabildo y los principales, el cementerio de los que allí murieron? ¿Dónde quedó?

Se habla de un primer poblamiento cerca de la desembocadura del Almendares.
No, hay uno aún más atrás. Ese poblamiento debe haber sido en un punto indeterminado de la Ensenada de la Broa, en un punto que puede estar entre Batabanó y Melena del Sur. Sin embargo, donde está prendido el sentimiento desde largos años, por generaciones, de que La Habana nació allí, es en Mayabeque, Melena del sur.
El otro día yo recorrí el camino desde Melena hasta la playa Mayabeque. Y ese camino misterioso está siendo objeto de un estudio muy profundo por parte de arqueólogos, de investigadores, tratando de hallar esa Atlántida perdida, que es la pequeña aldea de La Habana primigenia.

Me refería a un primer poblamiento al norte; quiere decir, cuando emigra la ciudad al norte, se dice que el primer poblamiento era allí. ¿Y después qué sucedió con la ciudad?
Es probable que coexistiesen –y de hecho coexistió algo en el sur de mucha importancia–, porque en cartas náuticas y en mapas de Cuba y de las Antillas de los años 10 y 20 del siglo XVII, todavía aparecen dos iglesias marcadas, una que dice: “San Cristóbal”, al sur, y otra que dice: “Havana”, al norte. En la Havana del norte se reunieron San Cristóbal y La Habana, y ya en las Actas Capitulares que nosotros conservamos, desde julio de 1550 siempre es en esta ciudad de San Cristóbal de La Havana –y se escribe Havana con hache y con uve–; quiere decir, estamos hablando de La Habana del cacique Habaguanex. De ahí viene el gran dilema de encontrar el origen de la palabra Habana. De hecho, excepto Santiago de Cuba, la Santísima Trinidad y el Espíritu Santo, todas las demás ciudades llevaron nombres castellanos y apellidos indígenas: Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, San Salvador del Bayamo, Santa María del Puerto del Príncipe del Camagüey, San Cristóbal de La Habana. Entonces, en las cartas de relación de Velázquez, que le envía al rey hablando de sus fundaciones, recorridos, batallas, refiere con toda claridad el encuentro con el cacique Habaguanex, que recibió hospitalariamente en estas comarcas a los recién llegados.
Y según la arqueología de La Habana de hoy, quiere decir la que realiza el gabinete de arqueología sistemáticamente, sin contar otros antecedentes, por ejemplo, el dujo más bello que tiene el Museo Antropológico Montané, no es un dujo que proviene del Oriente de Cuba; posiblemente ese dujo taíno vino como elemento de intercambio, o con una comunidad taína que en algún momento se trasladó, o con alguien que trajo ese mueble, como lo haríamos hoy nosotros.
¿Y dónde fue encontrado? En el río Santa Fe. De pronto pensaron que era la aleta de un tiburón varado, y fue que seguramente en una crecida del río se removió el cieno del fondo en algún punto del río, y vino el dujo indígena. Y nosotros en la Plaza de Armas hemos encontrado conchas, Cypraea cervus, hemos encontrado Strombus gigas, hemos encontrado valvas cortadas, cuentas de collar, que indican que la comunidad indígena estaba ahí.

Esa comunidad indígena –porque siempre hablamos de La Habana que nace al mundo con la llegada de los conquistadores españoles; pero había una Habana anterior, la de Habaguanex, esa comunidad indígena-¿de cuándo se tiene conocimiento que fue poblada La Habana entonces?
Bueno, esas tierras o señoríos de Habaguanex y ese poblamiento de La Habana es una cosa que viene como una incógnita. De hecho, como sabes, el poblamiento de la isla de Cuba todo parece indicar –y hasta hoy no se ha mudado ese criterio— que viene en oleadas sucesivas que avanzan desde el Oriente hasta el Occidente. De tal manera que las últimas que arriban al país, prácticamente contemporáneas con la llegada de Colón, son del tainato altamente desarrollado ya en Santo Domingo y Haití, en la isla que comparten hoy ambas naciones, y se asientan en toda esa zona oriental que era tan fértil, la zona baracoense, la zona del Valle del Caujerí; toda esa zona es un lar de presencia indígena.
Yo viajé hasta Baracoa, hasta Punta de Maisí, para entrevistar al campesino Abigaíl Lores, que vive todavía, casi centenario, y que ha sido durante años el guardián del único campo de pelota que se conserva en el Caribe y que fue de los indígenas cubanos. Cuando llueve, don Abigaíl me mostró cómo aparecen, nada más que con los goterones del agua, las hachas petaloides, las puntas de flechas, los ídolos, que él guardaba celosamente para la visita de Manuel Rivero de la Calle, o de Ramón Dacal, que siempre acudían al Oriente de Cuba a buscarlos.
Pero no olvidemos posteriormente, en Chorro de Maita, en Holguín, el trabajo inmenso del profesor José Manuel Warsh, al haber encontrado la comunidad en Chorro de Maita, que es un testimonio impresionante y único en Cuba, o la gran hacha –que Holguín entrega la reproducción de la original–, conservada durante muchos años por el Historiador de la ciudad de Holguín, y que la donó a la ciudad en un momento determinado; esa gran hacha indica el gran desarrollo de ese tainato, mientras que para acá nos encontramos con unas comunidades que tenían un desarrollo ya agro-alfarero, pero no tenían todavía esa producción de excedentes extraordinarios, que los convertiría, con el paso del tiempo, en una sociedad más estratificada.
La descripción que hace Bartolomé de las Casas de la parte occidental de Cuba, con tanto detalle de árboles, de pájaros, de cómo era la vida indígena, de cómo eran sus canoas, sus artes de pescar, y finalmente el encuentro con Habaguanex, a quien muestran como un cacique o como un jefe comarcano sonriente, ya entrado en años, que viene ofreciendo –pobre de él, ingenuo—tortugas y frutas de la tierra a los recién llegados, con hospitalidad, es el testimonio absolutamente cierto de que toda esta comarca estaba habitada por pequeñas comunidades indígenas, y que el que le va a dar nombre en definitiva a la villa que se va a fundar, o a la comunidad que se va a fundar, es La Habana, la villa de La Habana. ¿Y qué cosa es? Habaguanex. Y ahí está.

Leal, ¿cómo era esa Habana de los primeros años fundacionales? ¿Cómo se la podríamos describir hoy a un joven que quiera conocerla?¿Quiénes la poblaban además de estas comunidades indígenas?
Los cuadros del Templete reproducen una imagen idílica del acontecimiento. Allí se habla del traslado del cabildo. Pero hay una pregunta que quedó sin responder: a lo largo del camino queda la vieja comunidad, que debieron la gente resistirse a irse de allí del lugar del sur, y hay algunos que se quedan y tienen allí tierras labradías, y seguramente tendrían lo que fuese.
En segundo término, hay lo que tú referías: en la zona del Hotel Riviera, desembocadura del río, Velázquez había reservado para sí unas tierras muy importantes; y en este lugar, donde se cría ganado y se hacen cultivos y labranzas, con un río de aguas cristalinas,
–que lamentablemente hoy ya no es así— está La Habana, está un segundo poblamiento.
En el camino, hay un punto alto, Puentes Grandes, donde también se dice que había otro grupo, existían fincas o existían lugares.
Finalmente, en la ceremonia que hay que realizar para que el cabildo se traslade, traslade el asiento –y eso es lo que debió ocurrir en 1519, que es la conclusión de Roig y de todo el mundo–, que estaba ahí, con la prueba lapidaria de El Templete y con la voz oral que así lo afirma, y con la incongruencia de celebrarse el 16 de noviembre y no el 25 de julio, que es la fiesta de Santiago Apóstol, de San Felipe y Santiago y San Cristóbal; San Cristóbal, que es una veneración antiquísima de los navegantes. Ya hoy incluso está descalificado San Cristóbal, tenido como una noble leyenda del cristianismo primitivo; quiere decir, no se puede sustentar su existencia histórica, está en la tradición de la memoria, un gigante de Capadocia, en la actual Turquía, que era tan grande que caminaba apoyándose en un tronco de árbol; en realidad en Cuba va a adoptar una palma. Y en muchas catedrales europeas, como la de Sevilla por ejemplo, aparece con una palma africana. Y en la Catedral de La Habana, con una palma criolla, porque este es un país de palmas.
Entonces San Cristóbal va a dar cobijo a partir del árbol monumental. Y el Padre las Casas dice que se encontraron ceibas a cuya sombra podían acampar 500 caballeros, y es verdad que la ceiba es monumental. ¿Dónde yo tendría una ceiba de referencia? Bueno, hay una en Fontanar que es monumental, pero la más bella –yo creo— en la comarca es la de San Antonio de los Baños, una ceiba maravillosa, extraordinaria, legendaria.
Entonces, esa ceiba nuestra, de las cuales la última, la que aparece ahora, está colocada como en marzo de 1960; porque yo recuerdo que al triunfo de la Revolución, con el viejo orden, se está muriendo también el viejo árbol. Y había un enorme cartel, que decía: “Áreas Verdes de la Ciudad de La Habana, municipio de La Habana, tratamiento terapéutico para salvar la ceiba.” Le estaban poniendo como sueros a la ceiba, cosas. Pero qué va, el árbol se muere y es despedazado piadosamente, y la gente se lleva astillas de ese árbol; hasta yo conservo una astilla de ese árbol.
Ahora bien, ese árbol es el sucesor de los que le precedieron en el tiempo. Y de hecho, el obispo Morel dice una cosa muy simpática, que es también de la voz popular: dice que la ceiba original se seca por las orinas de un orate que todos los días solía tomar el árbol como punto de referencia. Lo cierto es que yo creo que el manto freático, contaminado cuando sube la marea por la salinidad del puerto, hace que, llegado un determinado punto, esa raíz caudal toca un lugar y se envenena y muere.
Yo creo que es muy bonita esa idea de que distintas generaciones, cada cierto tiempo, vuelvan a plantar el árbol. Ahora, cuando se levanta El Templete en 1828, ya era lugar de peregrinación, ya se celebraban actos allí, y ya el gobernador Cajigal, en la primera mitad del siglo XVIII –creo que en 1754— coloca una columna conmemorativa con la imagen de la virgen.

Porque ahí se reunió el primer grupo de la ciudad. Pero ¿Quiénes eran?
Bueno, esos son castellanos, españoles que llegan al menos bajo la bandera de Castilla. Y esos son los que han venido trasladándose. Hay dos expediciones que se mueven: la de Velázquez, que se mueve por Oriente, y la de Pánfilo de Narváez y el Padre las Casas, que es la que avanza resueltamente hasta el Occidente. Así que es muy probable que la persona más memorable del acontecimiento y más recordable de esa fundación definitiva de la ciudad en el norte sea fray Bartolomé, a quien consideramos el justo por excelencia, a quien Martí describe en La Edad de Oro como un modelo de hombre y de virtudes, el defensor de los indios, el hombre que realiza la conversión de las encomiendas, quiere decir de indios encomendados para su “evangelización” –entre comillas- renuncia a la encomienda y se convierte en el protector, en el padre protector de los indios, junto a otros dominicos. Porque es muy importante: tú llegas a Santo Domingo, allí junto al río Sama, ves la estatua inmensa que está colocada allí de uno de los más grandes evangelizadores del continente y de las islas, que está haciendo su famoso sermón contra los encomenderos, y diciendo: “Yo soy la voz del que clama en el desierto”, ese gran fraile dominico. Y también Pedro de Rentería y otros más que vienen en ese grupo. Pero aquí en Cuba y en La Habana, las Casas.
Entonces, por eso, el pintor de El Templete, acogiendo esa tradición, pone la elección del primer alcalde en este lugar, y al mismo tiempo, enfrente, el segundo acto –el acto civil y el acto religioso–, la primera misa que se celebra en El Templete; esta es la primera misa, que podríamos llamar el bautismo de la ciudad, ¡el bautismo de la ciudad!

Porque las ciudades se bautizaban.
Sí, venían y establecían un orden; se trazaba, se tomaba un padrón siempre, se colocaba un tronco o lo que sea, y se decía: “Aquí está el centro.” Y entonces, a partir de ahí, la Plaza de Armas, y se distribuían los terrenos: esto es para el gobernador, esto para la cárcel, esto para la carnicería, esto para la Real Fuerza, quiere decir, el contingente que debe defender; esto es para las iglesias, esto es para los vecinos. De ahí que se siga la cuadrícula del campamento romano, y por lo general la forma de un juego de damas. Es como se traza la ciudad española en Iberoamérica.

Que en el caso de La Habana tuvo singularidades. O sea, cuando usted contempla La Habana, ya en la distancia, comparada con otras muchas ciudades que usted ha podido visitar, ¿dónde residen esas singularidades, amén del trazado o la urbanización de la ciudad, que dicen que fue algo diferente?
Sí, pero eso es algo más allá de las murallas, quiere decir, esa Habana nueva… Todo es nuevo, porque no olvidemos nunca que el mundo interior de la ciudad está dado por la influencia cultural que traen los recién llegados.
Entonces la arquitectura va a revelar, independientemente de las Ordenanzas, que sí son estrictas, de cómo hay que fundar, si de norte a sur, si de este a oeste las calles; cómo se orienta: aquí la casa de nuestro Padre San Francisco, aquí la casa de nuestro Padre Santo Domingo, aquí la Parroquial Mayor, aquí esto, aquí aquello. Independientemente de eso, en el caso de La Habana va a ocurrir un hecho importante, y es que va a tener una Ordenanza muy pronto, es decir, hacia 1570 va a solicitarse, ya se ha solicitado con anterioridad al gobernador de Santo Domingo que envíe un letrado para que redacte unas normativas para La Habana. Y esas normativas son en este continente, si no las más antiguas, de las más antiguas Ordenanzas municipales, que fueron redactadas por el abogado Alonso de Cáceres, que señala cómo tienen que hacerse las cosas.

Las cosas en cuanto al orden urbano, ¿y a qué más?
En cuanto al orden urbano y al comportamiento de las personas. Ahí se establece hasta que el carnicero no puede tener parentesco ninguno con el alcalde ni con la autoridad. Tan importante era la carne, porque todavía no se había aclimatado ni se había reproducido el gran ganado europeo; estábamos todavía con las primeras crianzas de reses y todo eso, que iban a servir de mucho a La Habana y a Cuba como lugar de abastecimiento estratégico para las expediciones, tanto hacia el sur como hacia el norte. Venían al puerto de La Habana a buscar abastecimientos, a llevarse abastecimientos, cueros, frutos. Va a servir también para el comercio ilegal o contrabando con los bucaneros y con los rivales de España que se mueven sigilosamente por el Mar Caribe.
Ahora, la ciudad siempre es original. Tú te preguntas: ¿la Catedral de La Habana a qué Catedral española se parece? Y dirías: “Verdaderamente, a ninguna.” Esta es la más pequeña de todas las catedrales, y hay quien ha encontrado una cierta relación con la Catedral de Murcia, pero esto es distante. Los jesuitas diseñaron su iglesia –porque esta es la iglesia de San Ignacio, convertida luego en catedral porque estaba inconclusa–, es una iglesia muy original de La Habana.
Cuando tú sales a ver la Plaza de San Francisco, por ejemplo, te encuentras con un Convento de San Francisco que es de los mayores del continente americano. De estar sus claustros completos, este convento sería tan grande como el de Lima, por ejemplo, pero lo cierto es que es diferente; es distinta la piedra, es distinta la ornamentación, es distinto el material que se utiliza: piedra, madera de Cuba, que era muy abundante.
Las casas de la gente van a tener una influencia diversa. Por ejemplo, hay una influencia enorme que viene con la conquista, que es la arquitectura del sur de España y del norte de África, profundamente influidas por la arquitectura musulmana. Esos son los techos de alfarje de La Habana, los techos de las iglesias, como la Iglesia del Cristo, la del Espíritu Santo, o casas particulares con esos techos, como Tacón No. 4 o Tacón No. 12. Algunos tienen estrellas, medias lunas, lo cual es una clara evocación del mundo oriental. Tienen también mucha influencia de las Islas Canarias, las Islas, que pasan a formar parte también del patrimonio de la Corona española; casi al unísono con el viaje de Cristóbal Colón, ahí un poco antes están los españoles conquistando las islas, y van a hacer un tipo de arquitectura en las Islas Canarias que ya en el siglo XVII y quizás a finales del XVI está influyendo mucho en La Habana. Todas esas balconaduras de La Habana son iguales a las de Cartagena de Indias, son las de Santiago de Cuba. En La Habana se habían perdido casi todas, quedaban nada más que dos o tres casas; hemos venido restituyendo las balconaduras y los colgadizos. Es la Orotava, es la Isla de la Palma, es la influencia de la arquitectura canaria.
Después llegas al Palacio de los Capitanes Generales, Palacio del Segundo Cabo, y te encuentras con algo que está muy inspirado en lo mejor de la arquitectura clásica española. Ese patio podía ser un patio de Andalucía, pero, qué va, se parece mucho a los patios de Cádiz, es verdad, pero ya es otra cosa. La piedra es otra cosa, la disposición espacial es otra cosa. Se ve que está naciendo algo, que hay un misterio que se está incubando en esa arquitectura, y ese es el nacimiento de una identidad, una ciudad que como tú te preguntabas es una más, pero diferente; una que fue muy importante por su ubicación geográfica, también muy importante por lo que ha pasado en ella.
Y a mí me interesa mucho la conmemoración del aniversario de La Habana no solo por aquel hecho remoto no probado documentalmente hasta hoy, de su nacimiento en la costa norte, casi universalmente admitido, sino que lo que más me interesa es la acumulación de acontecimientos, es decir, qué ha pasado aquí.

Y el pensamiento habanero.
Claro que sí. El pensamiento habanero que tanto asombra a Alejandro de Humboldt cuando llega a la ciudad y habla de la extraña cultura e ilustración de la gente de La Habana. Claro, habla de las élites de La Habana, de la extraña cultura. Y lo reciben y se habla con él de cosas que le sorprenden.
Es, al mismo tiempo, el nacimiento de instituciones culturales muy importantes, como fueron, primero, el Seminario de San Ambrosio; después, de San Carlos y San Ambrosio, que es donde alcanza su gran importancia, a principios del siglo XIX; la inauguración de la Universidad mucho antes, el 5 de enero de 1728, es también una acumulación de conocimientos, de saberes, es el arte que siempre fue menoscabado, pero que hoy aparece puesto, todavía no suficientemente, pero colocado en el lugar que le corresponde, un arte habanero que fue muy importante.
En la Exposición Universal de Sevilla, en 1992, en el pabellón del Vaticano, estaba una cruz hecha en filigrana, la cruz más bella
–decían– del orbe cristiano. Esa cruz fue pedida prestada a España y estaba en la iglesia de Icod de los Vinos, en las Islas Canarias. Ahora, ¿dónde se hizo esa cruz? Bueno, esa cruz la envía desde La Habana un prelado de la Parroquial Mayor de La Habana, el presbítero Estévez Borges, que tenía además una extraordinaria biblioteca; pero, bueno, pudo haber mandado a hacer la cruz a México –digamos ─; una cruz de filigrana, como solo podían hacerla los mejores orfebres portugueses, y una cruz que pesa varios quintales de plata. No, las investigaciones documentales realizadas por Leandro Romero, ya difunto, uno de los fundadores de la Oficina del Historiador de la Ciudad, demuestran categóricamente que la Cruz de Icod de los Vinos fue realizada en La Habana por el orfebre Jerónimo Espellosa, y aparecen todas las referencias de Espellosa trabajando en La Habana haciendo esa maravilla.
Cuando se construye el Convento de Santa Clara a partir de un cabildo abierto, se hace uno de los techos mudéjares más bellos. Está firmado por el maestro que realiza la obra. Cuando se le contrata a un constructor el encalamiento del Morro de La Habana, de la farola, o cuando se le encarga a otro el hacer la torre más alta, que es la de San Francisco, en la ciudad se han desarrollado  gremios, se han desarrollado pintores. Antes creíamos que en el horizonte estaba solamente José Nicolás de la Escalera, pero hoy quedan abiertas incógnitas sobre otros artistas.

¿Quiere decir que la distancia de la Metrópoli quizás, o algo que tenga que ver con el Obispo Espada o con las personalidades que se asentaron en La Habana, le dieron a la ciudad un carácter un poco más libre, más librepensador, podríamos decir?
Bueno, amarrada a las disposiciones reales hasta que quedó ya disuelto el monopolio comercial de Sevilla y se abrió la libertad de comercio. Fernando VII fue abominable, pero La Habana le agradece haber tomado esa decisión: libera a los comerciantes de La Habana; de hecho, estaban libres después del sitio y toma de La Habana por los ingleses, que el próximo año se va a conmemorar.
Y ahí yo adelanto que voy a conmemorar lo que nadie conmemora: la defensa de La Habana. No voy a celebrar la toma; voy a conmemorar la defensa de La Habana. Celebraré la defensa de La Habana que, con todos sus defectos, los ingleses estuvieron dos meses para lograr apoderarse de La Habana, ¡dos meses!, y la resistencia de los habaneros, que fue tan importante: la resistencia de Pepe Antonio en Guanabacoa y después en Jesús del Monte; la resistencia del regidor Aguiar allá arriba en La Chorrera; la resistencia de Luis de Velazco ─que no era habanero pero que defendió el Castillo del Morro heroicamente con el Marqués González y otros compañeros de armas─, la de los negros de La Habana que, formando parte de batallones de artilleros, le piden después al rey Carlos III que les dé la libertad por su lealtad, por lo que habían luchado por su ciudad, porque no cayese en manos de los británicos.
Entonces ya en aquel tiempo esa conquista trajo como consecuencia el comercio con los Estados Unidos, con las colonias inglesas del norte, que después van a ser casi inmediatamente los Estados Unidos, 1762-1776, casi inmediatamente. El hecho de que España haya reconocido a Estados Unidos para vengarse de Inglaterra y haya firmado un tratado político-comercial con él en El Escorial, con los Estados Unidos, con las nacientes colonias convertidas en Estado, va a atraer sobre La Habana el comercio de género con el norte. Y ya posteriormente viene la apertura del comercio con la Hansa europea, y todo eso vamos a verlo en un florecimiento de la ciudad; florecimiento de productos, de intercambios.
Y tú hablabas de un sentimiento de librepensar. Bueno, yo creo que eso se va perfilando a lo largo del tiempo. Ya Humboldt percibe aquí un sentimiento antiesclavista en ese elemento ilustrado; ya es una realidad cuando llega Espada a La Habana en 1801
–designado en el 1800, cerrando el siglo–, y se va a convertir en el promotor de las artes, del pensamiento. La fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País por don Luis de las Casas, el mejor gobernante que tuvo Cuba en ese período, como decía con razón Emilio Roig. Se preocupa por la vacuna, se preocupa por el papel periódico, por la biblioteca pública, por crear instituciones que tardíamente, si se quiere, con relación al continente americano, van a acumular un acervo cultural y científico que va a ser muy importante. Va a tener figuras descollantes en el Padre Varela, en Romay, por solamente citarte algunos nombres.

Leal, de cara a este aniversario, como ya viene siendo un ritual, usted envía un mensaje a los habaneros, y les pide quizás lo que desde su profundidad de compromiso con la ciudad desea que hagan, o sueña con que hagan los habaneros. ¿Qué nos pide esta vez?
Hoy día la situación de la ciudad mueve a una profunda preocupación. Quiere decir, La Habana muestra ya las señales, como conjunto urbano y edificado, de una gran fatiga. Hay municipios completos como 10 de Octubre, como el Cerro, como Centro Habana, gran parte de la Habana Vieja, el Vedado, donde se ven los estragos del tiempo y también de una necesidad de una política para la ciudad.
Yo creo que nosotros hemos trabajado, y debo decirlo con mucha modestia, –y voy a hablar aquí no a nombre de la institución sino en el mío como historiador, pero también como ciudadano nacido aquí, en esta ciudad capital– puedo decir que mi orgullo habanero es un orgullo cubano. Si me nombran mañana para Baracoa, no lo quiero, porque allí está el más brillante, que es Hartman; o me nombran para Camagüey, que sería un gran honor, pero allí está José; o me nombran para Cienfuegos, allá está Irán; entonces no me van a nombrar para ningún lado, a lo mejor para un pequeño pueblo, y a partir de ese momento ese pequeño pueblo para mí sería el centro de Cuba y del mundo. Porque esa es la vocación, y pienso que es lo que nos han enseñado, y que es lo que ha querido enseñarnos la Revolución, y particularmente Fidel.
¿Pero qué nos hacemos ante un ciclón, por ejemplo, tal y como están las cosas? Por eso hace falta que toda la ciudadanía coopere, y que las nuevas leyes que se tomen, las nuevas disposiciones, sean un apoyo a la iniciativa de las personas para construir y para salvar la ciudad. Y cuando digo para construir, digo para hacerlo bien, porque se van entronizando modelos de construcción lamentables. Hace falta una acción más enérgica de los que tienen que proponer esos modelos, y decir: esto se hace así, esto sería mejor así, quedaría más bonito así. Es la modista ante la mujer; es el sastre ante el hombre: “Mire, a usted le queda mejor esto que aquello; no obstante, yo hago lo que usted quiera”, pero siempre hay que sugerir.
Y yo creo que desde la posición de la Oficina del Historiador hemos tratado ─y la Oficina del Historiador es el Estado cubano─, hemos querido, en nombre del Estado y como parte del Estado, asumir la responsabilidad de reconstruir y poner un ejemplo de qué se puede hacer y cómo se puede hacer. Hay remedios de la Habana Vieja que no son aplicables en otra parte porque la arquitectura es distinta, la concentración humana aquí es muy grande, es muy desproporcionada con relación al territorio que ocupa el Centro Histórico, Patrimonio de la Humanidad.
Pero yo les diría a los habaneros que no pierdan la esperanza, que trabajen unidamente; que dondequiera que se encuentre una brecha para rehacer, para construir, que lo hagan; que siempre es más fácil demoler que levantar, que siempre es más fácil destruir monumentos que erigirlos, que siempre es más fácil cuestionar que afirmar y comprometerse. Que yo creo que ha llegado la hora y es el momento, ante esta conmemoración de la Ciudad, de pensar de esta manera, y de apoyar al gobierno de la Ciudad de La Habana en toda iniciativa conducente a modificar esta presión que hay sobre nosotros.

Por último, La Habana es esa ciudad que usted ha dicho muchas veces que posee un misterio, un encanto, algo especial. ¿Dónde reside ese misterio de La Habana?
Es una conjunción del ambiente y de la gente. Yo creo que la ciudad es una ciudad barroca, no en el concepto ortodoxo de la definición estilística, sino barroca por sus costumbres, porque hay una arquitectura donde está todo lo que a cada cual le ha gustado, y La Habana es una mezcla fabulosa que dio un resultado único; es un estado de ánimo, es un ambiente, es una ciudad cubierta por un velo de decadencia, y dondequiera que se rasga ese velo, aparece la ciudad diciendo “Aquí yo estoy”. Restaura un edificio de La Habana, cualquiera que sea, de cualquier época, píntalo adecuadamente, quiere decir, nunca pintes lo que está en ruinas por dentro. El pensamiento debe ser restaurar y pintar. La pintura no es solamente ornamento; la pintura es protección, es un recubrimiento salvador de la arquitectura, en los casos de lo que debe ser pintado.
Entonces yo creo que ahí está la clave de la cosa: la ciudad es susceptible de cambiar para mejor, la ciudad está ahí; hay otras que se han perdido. Sobre todo la ciudad latinoamericana sufrió mucho de un modernismo interpretado con sentido comercial, con excepciones y cosas muy contadas de obras muy notables en cualquier ciudad latinoamericana, pero casi ninguna se salvó del expolio de esa especie de modernización pedestre; sin embargo, La Habana está ahí, se conservó La Habana. Se va perdiendo lo que se va cayendo, pero está la ciudad. Por eso, yo creo que hay que luchar por revertir de cualquier manera esta corriente. Tiene que empezarse a conservar, tiene que empezar un proceso de mantenimiento, como se dice en Cuba, de mantener. Yo quisiera elevar el concepto mantener –que es como mantener las cosas como están– a conservar y a dinamizar la ciudad. Y entonces así vamos a apreciar la sonrisa de La Habana, que se ve todas las noches en esos cientos y miles de personas que se sientan junto al muro del Malecón, que es como el gran sofá, la gran butaca donde todo el mundo encuentra un lugar para dialogar, para conversar libremente, para dialogar con el mundo, mirando al mar. No olvidemos nunca que somos una ciudad del mar como Alejandría, como Cartagena, quiere decir, una ciudad del mar en una isla que siempre está pendiente de lo que ha de venir, de lo que llega, de la novedad; una ciudad que siempre ha sido un reducto del pensar, del ser, del actuar de los cubanos, en este caso de los habaneros.

Fotos Alexis RodríguezPor Magda Resik Aguirre
Fotos Alexis Rodríguez


La ceiba ha sido uno de los ejes fundamentales para la celebración por el aniversario de la ciudad. A ella regresan cada año habaneras y habaneros. ¿Por qué razón una ceiba como el símbolo de La Habana?
Se encontraron, primero en la década del 80 y después ya en 1996, dos especies de mapas: el primero, en el Archivo de Indias de Sevilla, en que aparece la distribución de una esencial Plaza de Armas, con la planta del Castillo de la Fuerza y sola, exenta, una gran ceiba. Según la tradición, que es vox populi –y se dice: vox populi-suprema lex, la suprema ley es la palabra del pueblo–, junto a la sombra de ese árbol, que era el más corpulento del bosque que existió en torno al puerto de La Habana, los conquistadores españoles escogen un sitio, que fue el mejor. Quedaba dentro del canal del puerto, al abrigo de la tempestad, por las colinas que hoy preside la fortaleza de San Carlos de La Cabaña, junto al puerto admirable, conocido ya desde 1508 por el viaje en que Sebastián de Ocampo realiza el bojeo de la Isla, por orden del comendador de Lares y gobernador de Santo Domingo, para echar abajo la última opinión dada por Cristóbal Colón de que más que esa visión maravillosa, de esplendor, que él describe en los primeros días del hallazgo de la gran isla, viene una visión desoladora de la costa sur, una visión de los infinitos cayos que no terminan, probablemente de la Ciénaga de Zapata y de toda la zona menos hóspita de Cuba, que le hacen tornar cuando está relativamente cerca del Cabo de San Antonio y declarar que Cuba era parte de un continente desolado e inhóspito.
Eso va a ser echado abajo por el bojeo de 1508 y posteriormente por el desembarco de la expedición castellana en la punta de Maisí, en el extremo oriente de Cuba, y que va a buscar la fundación de la primera villa, que va a ser Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa.
Recientemente, hemos celebrado en Baracoa también junto a un árbol convertido en cruz, ya que la cruz de la parra en Baracoa, hecha de un árbol europeo, va a ser el símbolo no solo de la fundación de la villa, de la primera de las villas, sino también un símbolo de la evangelización continental.
Ahora, cuando se llega a La Habana, no llegamos a la ciudad de la ceiba, sino a una Habana en la costa sur. Y habría que analizar por qué razón a partir de Baracoa, las villas de Santiago de Cuba, San Salvador del Bayamo, la Santísima Trinidad de Cuba, se van orientando hacia el sur.
¿Dónde estaban las principales expectativas de la España conquistadora de ese momento, que era en tierra firme? La Habana de 1519 ya responde a una nueva orientación de la conquista: la navegación cada vez más frecuente por el Estrecho de la Florida y el descubrimiento del Imperio Mexica -las tierras de México en el seno del Golfo que lleva su nombre.
A partir de ese momento, nace la idea de que la ciudad, la villa, el campamento, tiene que pasar del sur al norte. ¿Dónde quedó ese campamento con su primera parroquial mayor, la casa del cabildo y los principales, el cementerio de los que allí murieron? ¿Dónde quedó?

Se habla de un primer poblamiento cerca de la desembocadura del Almendares.
No, hay uno aún más atrás. Ese poblamiento debe haber sido en un punto indeterminado de la Ensenada de la Broa, en un punto que puede estar entre Batabanó y Melena del Sur. Sin embargo, donde está prendido el sentimiento desde largos años, por generaciones, de que La Habana nació allí, es en Mayabeque, Melena del sur.
El otro día yo recorrí el camino desde Melena hasta la playa Mayabeque. Y ese camino misterioso está siendo objeto de un estudio muy profundo por parte de arqueólogos, de investigadores, tratando de hallar esa Atlántida perdida, que es la pequeña aldea de La Habana primigenia.

Me refería a un primer poblamiento al norte; quiere decir, cuando emigra la ciudad al norte, se dice que el primer poblamiento era allí. ¿Y después qué sucedió con la ciudad?
Es probable que coexistiesen –y de hecho coexistió algo en el sur de mucha importancia–, porque en cartas náuticas y en mapas de Cuba y de las Antillas de los años 10 y 20 del siglo XVII, todavía aparecen dos iglesias marcadas, una que dice: “San Cristóbal”, al sur, y otra que dice: “Havana”, al norte. En la Havana del norte se reunieron San Cristóbal y La Habana, y ya en las Actas Capitulares que nosotros conservamos, desde julio de 1550 siempre es en esta ciudad de San Cristóbal de La Havana –y se escribe Havana con hache y con uve–; quiere decir, estamos hablando de La Habana del cacique Habaguanex. De ahí viene el gran dilema de encontrar el origen de la palabra Habana. De hecho, excepto Santiago de Cuba, la Santísima Trinidad y el Espíritu Santo, todas las demás ciudades llevaron nombres castellanos y apellidos indígenas: Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, San Salvador del Bayamo, Santa María del Puerto del Príncipe del Camagüey, San Cristóbal de La Habana. Entonces, en las cartas de relación de Velázquez, que le envía al rey hablando de sus fundaciones, recorridos, batallas, refiere con toda claridad el encuentro con el cacique Habaguanex, que recibió hospitalariamente en estas comarcas a los recién llegados.
Y según la arqueología de La Habana de hoy, quiere decir la que realiza el gabinete de arqueología sistemáticamente, sin contar otros antecedentes, por ejemplo, el dujo más bello que tiene el Museo Antropológico Montané, no es un dujo que proviene del Oriente de Cuba; posiblemente ese dujo taíno vino como elemento de intercambio, o con una comunidad taína que en algún momento se trasladó, o con alguien que trajo ese mueble, como lo haríamos hoy nosotros.
¿Y dónde fue encontrado? En el río Santa Fe. De pronto pensaron que era la aleta de un tiburón varado, y fue que seguramente en una crecida del río se removió el cieno del fondo en algún punto del río, y vino el dujo indígena. Y nosotros en la Plaza de Armas hemos encontrado conchas, Cypraea cervus, hemos encontrado Strombus gigas, hemos encontrado valvas cortadas, cuentas de collar, que indican que la comunidad indígena estaba ahí.

Esa comunidad indígena –porque siempre hablamos de La Habana que nace al mundo con la llegada de los conquistadores españoles; pero había una Habana anterior, la de Habaguanex, esa comunidad indígena-¿de cuándo se tiene conocimiento que fue poblada La Habana entonces?
Bueno, esas tierras o señoríos de Habaguanex y ese poblamiento de La Habana es una cosa que viene como una incógnita. De hecho, como sabes, el poblamiento de la isla de Cuba todo parece indicar –y hasta hoy no se ha mudado ese criterio— que viene en oleadas sucesivas que avanzan desde el Oriente hasta el Occidente. De tal manera que las últimas que arriban al país, prácticamente contemporáneas con la llegada de Colón, son del tainato altamente desarrollado ya en Santo Domingo y Haití, en la isla que comparten hoy ambas naciones, y se asientan en toda esa zona oriental que era tan fértil, la zona baracoense, la zona del Valle del Caujerí; toda esa zona es un lar de presencia indígena.
Yo viajé hasta Baracoa, hasta Punta de Maisí, para entrevistar al campesino Abigaíl Lores, que vive todavía, casi centenario, y que ha sido durante años el guardián del único campo de pelota que se conserva en el Caribe y que fue de los indígenas cubanos. Cuando llueve, don Abigaíl me mostró cómo aparecen, nada más que con los goterones del agua, las hachas petaloides, las puntas de flechas, los ídolos, que él guardaba celosamente para la visita de Manuel Rivero de la Calle, o de Ramón Dacal, que siempre acudían al Oriente de Cuba a buscarlos.
Pero no olvidemos posteriormente, en Chorro de Maita, en Holguín, el trabajo inmenso del profesor José Manuel Warsh, al haber encontrado la comunidad en Chorro de Maita, que es un testimonio impresionante y único en Cuba, o la gran hacha –que Holguín entrega la reproducción de la original–, conservada durante muchos años por el Historiador de la ciudad de Holguín, y que la donó a la ciudad en un momento determinado; esa gran hacha indica el gran desarrollo de ese tainato, mientras que para acá nos encontramos con unas comunidades que tenían un desarrollo ya agro-alfarero, pero no tenían todavía esa producción de excedentes extraordinarios, que los convertiría, con el paso del tiempo, en una sociedad más estratificada.
La descripción que hace Bartolomé de las Casas de la parte occidental de Cuba, con tanto detalle de árboles, de pájaros, de cómo era la vida indígena, de cómo eran sus canoas, sus artes de pescar, y finalmente el encuentro con Habaguanex, a quien muestran como un cacique o como un jefe comarcano sonriente, ya entrado en años, que viene ofreciendo –pobre de él, ingenuo—tortugas y frutas de la tierra a los recién llegados, con hospitalidad, es el testimonio absolutamente cierto de que toda esta comarca estaba habitada por pequeñas comunidades indígenas, y que el que le va a dar nombre en definitiva a la villa que se va a fundar, o a la comunidad que se va a fundar, es La Habana, la villa de La Habana. ¿Y qué cosa es? Habaguanex. Y ahí está.

Leal, ¿cómo era esa Habana de los primeros años fundacionales? ¿Cómo se la podríamos describir hoy a un joven que quiera conocerla?¿Quiénes la poblaban además de estas comunidades indígenas?
Los cuadros del Templete reproducen una imagen idílica del acontecimiento. Allí se habla del traslado del cabildo. Pero hay una pregunta que quedó sin responder: a lo largo del camino queda la vieja comunidad, que debieron la gente resistirse a irse de allí del lugar del sur, y hay algunos que se quedan y tienen allí tierras labradías, y seguramente tendrían lo que fuese.
En segundo término, hay lo que tú referías: en la zona del Hotel Riviera, desembocadura del río, Velázquez había reservado para sí unas tierras muy importantes; y en este lugar, donde se cría ganado y se hacen cultivos y labranzas, con un río de aguas cristalinas,
–que lamentablemente hoy ya no es así— está La Habana, está un segundo poblamiento.
En el camino, hay un punto alto, Puentes Grandes, donde también se dice que había otro grupo, existían fincas o existían lugares.
Finalmente, en la ceremonia que hay que realizar para que el cabildo se traslade, traslade el asiento –y eso es lo que debió ocurrir en 1519, que es la conclusión de Roig y de todo el mundo–, que estaba ahí, con la prueba lapidaria de El Templete y con la voz oral que así lo afirma, y con la incongruencia de celebrarse el 16 de noviembre y no el 25 de julio, que es la fiesta de Santiago Apóstol, de San Felipe y Santiago y San Cristóbal; San Cristóbal, que es una veneración antiquísima de los navegantes. Ya hoy incluso está descalificado San Cristóbal, tenido como una noble leyenda del cristianismo primitivo; quiere decir, no se puede sustentar su existencia histórica, está en la tradición de la memoria, un gigante de Capadocia, en la actual Turquía, que era tan grande que caminaba apoyándose en un tronco de árbol; en realidad en Cuba va a adoptar una palma. Y en muchas catedrales europeas, como la de Sevilla por ejemplo, aparece con una palma africana. Y en la Catedral de La Habana, con una palma criolla, porque este es un país de palmas.
Entonces San Cristóbal va a dar cobijo a partir del árbol monumental. Y el Padre las Casas dice que se encontraron ceibas a cuya sombra podían acampar 500 caballeros, y es verdad que la ceiba es monumental. ¿Dónde yo tendría una ceiba de referencia? Bueno, hay una en Fontanar que es monumental, pero la más bella –yo creo— en la comarca es la de San Antonio de los Baños, una ceiba maravillosa, extraordinaria, legendaria.
Entonces, esa ceiba nuestra, de las cuales la última, la que aparece ahora, está colocada como en marzo de 1960; porque yo recuerdo que al triunfo de la Revolución, con el viejo orden, se está muriendo también el viejo árbol. Y había un enorme cartel, que decía: “Áreas Verdes de la Ciudad de La Habana, municipio de La Habana, tratamiento terapéutico para salvar la ceiba.” Le estaban poniendo como sueros a la ceiba, cosas. Pero qué va, el árbol se muere y es despedazado piadosamente, y la gente se lleva astillas de ese árbol; hasta yo conservo una astilla de ese árbol.
Ahora bien, ese árbol es el sucesor de los que le precedieron en el tiempo. Y de hecho, el obispo Morel dice una cosa muy simpática, que es también de la voz popular: dice que la ceiba original se seca por las orinas de un orate que todos los días solía tomar el árbol como punto de referencia. Lo cierto es que yo creo que el manto freático, contaminado cuando sube la marea por la salinidad del puerto, hace que, llegado un determinado punto, esa raíz caudal toca un lugar y se envenena y muere.
Yo creo que es muy bonita esa idea de que distintas generaciones, cada cierto tiempo, vuelvan a plantar el árbol. Ahora, cuando se levanta El Templete en 1828, ya era lugar de peregrinación, ya se celebraban actos allí, y ya el gobernador Cajigal, en la primera mitad del siglo XVIII –creo que en 1754— coloca una columna conmemorativa con la imagen de la virgen.

Porque ahí se reunió el primer grupo de la ciudad. Pero ¿Quiénes eran?
Bueno, esos son castellanos, españoles que llegan al menos bajo la bandera de Castilla. Y esos son los que han venido trasladándose. Hay dos expediciones que se mueven: la de Velázquez, que se mueve por Oriente, y la de Pánfilo de Narváez y el Padre las Casas, que es la que avanza resueltamente hasta el Occidente. Así que es muy probable que la persona más memorable del acontecimiento y más recordable de esa fundación definitiva de la ciudad en el norte sea fray Bartolomé, a quien consideramos el justo por excelencia, a quien Martí describe en La Edad de Oro como un modelo de hombre y de virtudes, el defensor de los indios, el hombre que realiza la conversión de las encomiendas, quiere decir de indios encomendados para su “evangelización” –entre comillas- renuncia a la encomienda y se convierte en el protector, en el padre protector de los indios, junto a otros dominicos. Porque es muy importante: tú llegas a Santo Domingo, allí junto al río Sama, ves la estatua inmensa que está colocada allí de uno de los más grandes evangelizadores del continente y de las islas, que está haciendo su famoso sermón contra los encomenderos, y diciendo: “Yo soy la voz del que clama en el desierto”, ese gran fraile dominico. Y también Pedro de Rentería y otros más que vienen en ese grupo. Pero aquí en Cuba y en La Habana, las Casas.
Entonces, por eso, el pintor de El Templete, acogiendo esa tradición, pone la elección del primer alcalde en este lugar, y al mismo tiempo, enfrente, el segundo acto –el acto civil y el acto religioso–, la primera misa que se celebra en El Templete; esta es la primera misa, que podríamos llamar el bautismo de la ciudad, ¡el bautismo de la ciudad!

Porque las ciudades se bautizaban.
Sí, venían y establecían un orden; se trazaba, se tomaba un padrón siempre, se colocaba un tronco o lo que sea, y se decía: “Aquí está el centro.” Y entonces, a partir de ahí, la Plaza de Armas, y se distribuían los terrenos: esto es para el gobernador, esto para la cárcel, esto para la carnicería, esto para la Real Fuerza, quiere decir, el contingente que debe defender; esto es para las iglesias, esto es para los vecinos. De ahí que se siga la cuadrícula del campamento romano, y por lo general la forma de un juego de damas. Es como se traza la ciudad española en Iberoamérica.

Que en el caso de La Habana tuvo singularidades. O sea, cuando usted contempla La Habana, ya en la distancia, comparada con otras muchas ciudades que usted ha podido visitar, ¿dónde residen esas singularidades, amén del trazado o la urbanización de la ciudad, que dicen que fue algo diferente?
Sí, pero eso es algo más allá de las murallas, quiere decir, esa Habana nueva… Todo es nuevo, porque no olvidemos nunca que el mundo interior de la ciudad está dado por la influencia cultural que traen los recién llegados.
Entonces la arquitectura va a revelar, independientemente de las Ordenanzas, que sí son estrictas, de cómo hay que fundar, si de norte a sur, si de este a oeste las calles; cómo se orienta: aquí la casa de nuestro Padre San Francisco, aquí la casa de nuestro Padre Santo Domingo, aquí la Parroquial Mayor, aquí esto, aquí aquello. Independientemente de eso, en el caso de La Habana va a ocurrir un hecho importante, y es que va a tener una Ordenanza muy pronto, es decir, hacia 1570 va a solicitarse, ya se ha solicitado con anterioridad al gobernador de Santo Domingo que envíe un letrado para que redacte unas normativas para La Habana. Y esas normativas son en este continente, si no las más antiguas, de las más antiguas Ordenanzas municipales, que fueron redactadas por el abogado Alonso de Cáceres, que señala cómo tienen que hacerse las cosas.

Las cosas en cuanto al orden urbano, ¿y a qué más?
En cuanto al orden urbano y al comportamiento de las personas. Ahí se establece hasta que el carnicero no puede tener parentesco ninguno con el alcalde ni con la autoridad. Tan importante era la carne, porque todavía no se había aclimatado ni se había reproducido el gran ganado europeo; estábamos todavía con las primeras crianzas de reses y todo eso, que iban a servir de mucho a La Habana y a Cuba como lugar de abastecimiento estratégico para las expediciones, tanto hacia el sur como hacia el norte. Venían al puerto de La Habana a buscar abastecimientos, a llevarse abastecimientos, cueros, frutos. Va a servir también para el comercio ilegal o contrabando con los bucaneros y con los rivales de España que se mueven sigilosamente por el Mar Caribe.
Ahora, la ciudad siempre es original. Tú te preguntas: ¿la Catedral de La Habana a qué Catedral española se parece? Y dirías: “Verdaderamente, a ninguna.” Esta es la más pequeña de todas las catedrales, y hay quien ha encontrado una cierta relación con la Catedral de Murcia, pero esto es distante. Los jesuitas diseñaron su iglesia –porque esta es la iglesia de San Ignacio, convertida luego en catedral porque estaba inconclusa–, es una iglesia muy original de La Habana.
Cuando tú sales a ver la Plaza de San Francisco, por ejemplo, te encuentras con un Convento de San Francisco que es de los mayores del continente americano. De estar sus claustros completos, este convento sería tan grande como el de Lima, por ejemplo, pero lo cierto es que es diferente; es distinta la piedra, es distinta la ornamentación, es distinto el material que se utiliza: piedra, madera de Cuba, que era muy abundante.
Las casas de la gente van a tener una influencia diversa. Por ejemplo, hay una influencia enorme que viene con la conquista, que es la arquitectura del sur de España y del norte de África, profundamente influidas por la arquitectura musulmana. Esos son los techos de alfarje de La Habana, los techos de las iglesias, como la Iglesia del Cristo, la del Espíritu Santo, o casas particulares con esos techos, como Tacón No. 4 o Tacón No. 12. Algunos tienen estrellas, medias lunas, lo cual es una clara evocación del mundo oriental. Tienen también mucha influencia de las Islas Canarias, las Islas, que pasan a formar parte también del patrimonio de la Corona española; casi al unísono con el viaje de Cristóbal Colón, ahí un poco antes están los españoles conquistando las islas, y van a hacer un tipo de arquitectura en las Islas Canarias que ya en el siglo XVII y quizás a finales del XVI está influyendo mucho en La Habana. Todas esas balconaduras de La Habana son iguales a las de Cartagena de Indias, son las de Santiago de Cuba. En La Habana se habían perdido casi todas, quedaban nada más que dos o tres casas; hemos venido restituyendo las balconaduras y los colgadizos. Es la Orotava, es la Isla de la Palma, es la influencia de la arquitectura canaria.
Después llegas al Palacio de los Capitanes Generales, Palacio del Segundo Cabo, y te encuentras con algo que está muy inspirado en lo mejor de la arquitectura clásica española. Ese patio podía ser un patio de Andalucía, pero, qué va, se parece mucho a los patios de Cádiz, es verdad, pero ya es otra cosa. La piedra es otra cosa, la disposición espacial es otra cosa. Se ve que está naciendo algo, que hay un misterio que se está incubando en esa arquitectura, y ese es el nacimiento de una identidad, una ciudad que como tú te preguntabas es una más, pero diferente; una que fue muy importante por su ubicación geográfica, también muy importante por lo que ha pasado en ella.
Y a mí me interesa mucho la conmemoración del aniversario de La Habana no solo por aquel hecho remoto no probado documentalmente hasta hoy, de su nacimiento en la costa norte, casi universalmente admitido, sino que lo que más me interesa es la acumulación de acontecimientos, es decir, qué ha pasado aquí.

Y el pensamiento habanero.
Claro que sí. El pensamiento habanero que tanto asombra a Alejandro de Humboldt cuando llega a la ciudad y habla de la extraña cultura e ilustración de la gente de La Habana. Claro, habla de las élites de La Habana, de la extraña cultura. Y lo reciben y se habla con él de cosas que le sorprenden.
Es, al mismo tiempo, el nacimiento de instituciones culturales muy importantes, como fueron, primero, el Seminario de San Ambrosio; después, de San Carlos y San Ambrosio, que es donde alcanza su gran importancia, a principios del siglo XIX; la inauguración de la Universidad mucho antes, el 5 de enero de 1728, es también una acumulación de conocimientos, de saberes, es el arte que siempre fue menoscabado, pero que hoy aparece puesto, todavía no suficientemente, pero colocado en el lugar que le corresponde, un arte habanero que fue muy importante.
En la Exposición Universal de Sevilla, en 1992, en el pabellón del Vaticano, estaba una cruz hecha en filigrana, la cruz más bella
–decían– del orbe cristiano. Esa cruz fue pedida prestada a España y estaba en la iglesia de Icod de los Vinos, en las Islas Canarias. Ahora, ¿dónde se hizo esa cruz? Bueno, esa cruz la envía desde La Habana un prelado de la Parroquial Mayor de La Habana, el presbítero Estévez Borges, que tenía además una extraordinaria biblioteca; pero, bueno, pudo haber mandado a hacer la cruz a México –digamos ─; una cruz de filigrana, como solo podían hacerla los mejores orfebres portugueses, y una cruz que pesa varios quintales de plata. No, las investigaciones documentales realizadas por Leandro Romero, ya difunto, uno de los fundadores de la Oficina del Historiador de la Ciudad, demuestran categóricamente que la Cruz de Icod de los Vinos fue realizada en La Habana por el orfebre Jerónimo Espellosa, y aparecen todas las referencias de Espellosa trabajando en La Habana haciendo esa maravilla.
Cuando se construye el Convento de Santa Clara a partir de un cabildo abierto, se hace uno de los techos mudéjares más bellos. Está firmado por el maestro que realiza la obra. Cuando se le contrata a un constructor el encalamiento del Morro de La Habana, de la farola, o cuando se le encarga a otro el hacer la torre más alta, que es la de San Francisco, en la ciudad se han desarrollado  gremios, se han desarrollado pintores. Antes creíamos que en el horizonte estaba solamente José Nicolás de la Escalera, pero hoy quedan abiertas incógnitas sobre otros artistas.

¿Quiere decir que la distancia de la Metrópoli quizás, o algo que tenga que ver con el Obispo Espada o con las personalidades que se asentaron en La Habana, le dieron a la ciudad un carácter un poco más libre, más librepensador, podríamos decir?
Bueno, amarrada a las disposiciones reales hasta que quedó ya disuelto el monopolio comercial de Sevilla y se abrió la libertad de comercio. Fernando VII fue abominable, pero La Habana le agradece haber tomado esa decisión: libera a los comerciantes de La Habana; de hecho, estaban libres después del sitio y toma de La Habana por los ingleses, que el próximo año se va a conmemorar.
Y ahí yo adelanto que voy a conmemorar lo que nadie conmemora: la defensa de La Habana. No voy a celebrar la toma; voy a conmemorar la defensa de La Habana. Celebraré la defensa de La Habana que, con todos sus defectos, los ingleses estuvieron dos meses para lograr apoderarse de La Habana, ¡dos meses!, y la resistencia de los habaneros, que fue tan importante: la resistencia de Pepe Antonio en Guanabacoa y después en Jesús del Monte; la resistencia del regidor Aguiar allá arriba en La Chorrera; la resistencia de Luis de Velazco ─que no era habanero pero que defendió el Castillo del Morro heroicamente con el Marqués González y otros compañeros de armas─, la de los negros de La Habana que, formando parte de batallones de artilleros, le piden después al rey Carlos III que les dé la libertad por su lealtad, por lo que habían luchado por su ciudad, porque no cayese en manos de los británicos.
Entonces ya en aquel tiempo esa conquista trajo como consecuencia el comercio con los Estados Unidos, con las colonias inglesas del norte, que después van a ser casi inmediatamente los Estados Unidos, 1762-1776, casi inmediatamente. El hecho de que España haya reconocido a Estados Unidos para vengarse de Inglaterra y haya firmado un tratado político-comercial con él en El Escorial, con los Estados Unidos, con las nacientes colonias convertidas en Estado, va a atraer sobre La Habana el comercio de género con el norte. Y ya posteriormente viene la apertura del comercio con la Hansa europea, y todo eso vamos a verlo en un florecimiento de la ciudad; florecimiento de productos, de intercambios.
Y tú hablabas de un sentimiento de librepensar. Bueno, yo creo que eso se va perfilando a lo largo del tiempo. Ya Humboldt percibe aquí un sentimiento antiesclavista en ese elemento ilustrado; ya es una realidad cuando llega Espada a La Habana en 1801
–designado en el 1800, cerrando el siglo–, y se va a convertir en el promotor de las artes, del pensamiento. La fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País por don Luis de las Casas, el mejor gobernante que tuvo Cuba en ese período, como decía con razón Emilio Roig. Se preocupa por la vacuna, se preocupa por el papel periódico, por la biblioteca pública, por crear instituciones que tardíamente, si se quiere, con relación al continente americano, van a acumular un acervo cultural y científico que va a ser muy importante. Va a tener figuras descollantes en el Padre Varela, en Romay, por solamente citarte algunos nombres.

Leal, de cara a este aniversario, como ya viene siendo un ritual, usted envía un mensaje a los habaneros, y les pide quizás lo que desde su profundidad de compromiso con la ciudad desea que hagan, o sueña con que hagan los habaneros. ¿Qué nos pide esta vez?
Hoy día la situación de la ciudad mueve a una profunda preocupación. Quiere decir, La Habana muestra ya las señales, como conjunto urbano y edificado, de una gran fatiga. Hay municipios completos como 10 de Octubre, como el Cerro, como Centro Habana, gran parte de la Habana Vieja, el Vedado, donde se ven los estragos del tiempo y también de una necesidad de una política para la ciudad.
Yo creo que nosotros hemos trabajado, y debo decirlo con mucha modestia, –y voy a hablar aquí no a nombre de la institución sino en el mío como historiador, pero también como ciudadano nacido aquí, en esta ciudad capital– puedo decir que mi orgullo habanero es un orgullo cubano. Si me nombran mañana para Baracoa, no lo quiero, porque allí está el más brillante, que es Hartman; o me nombran para Camagüey, que sería un gran honor, pero allí está José; o me nombran para Cienfuegos, allá está Irán; entonces no me van a nombrar para ningún lado, a lo mejor para un pequeño pueblo, y a partir de ese momento ese pequeño pueblo para mí sería el centro de Cuba y del mundo. Porque esa es la vocación, y pienso que es lo que nos han enseñado, y que es lo que ha querido enseñarnos la Revolución, y particularmente Fidel.
¿Pero qué nos hacemos ante un ciclón, por ejemplo, tal y como están las cosas? Por eso hace falta que toda la ciudadanía coopere, y que las nuevas leyes que se tomen, las nuevas disposiciones, sean un apoyo a la iniciativa de las personas para construir y para salvar la ciudad. Y cuando digo para construir, digo para hacerlo bien, porque se van entronizando modelos de construcción lamentables. Hace falta una acción más enérgica de los que tienen que proponer esos modelos, y decir: esto se hace así, esto sería mejor así, quedaría más bonito así. Es la modista ante la mujer; es el sastre ante el hombre: “Mire, a usted le queda mejor esto que aquello; no obstante, yo hago lo que usted quiera”, pero siempre hay que sugerir.
Y yo creo que desde la posición de la Oficina del Historiador hemos tratado ─y la Oficina del Historiador es el Estado cubano─, hemos querido, en nombre del Estado y como parte del Estado, asumir la responsabilidad de reconstruir y poner un ejemplo de qué se puede hacer y cómo se puede hacer. Hay remedios de la Habana Vieja que no son aplicables en otra parte porque la arquitectura es distinta, la concentración humana aquí es muy grande, es muy desproporcionada con relación al territorio que ocupa el Centro Histórico, Patrimonio de la Humanidad.
Pero yo les diría a los habaneros que no pierdan la esperanza, que trabajen unidamente; que dondequiera que se encuentre una brecha para rehacer, para construir, que lo hagan; que siempre es más fácil demoler que levantar, que siempre es más fácil destruir monumentos que erigirlos, que siempre es más fácil cuestionar que afirmar y comprometerse. Que yo creo que ha llegado la hora y es el momento, ante esta conmemoración de la Ciudad, de pensar de esta manera, y de apoyar al gobierno de la Ciudad de La Habana en toda iniciativa conducente a modificar esta presión que hay sobre nosotros.

Por último, La Habana es esa ciudad que usted ha dicho muchas veces que posee un misterio, un encanto, algo especial. ¿Dónde reside ese misterio de La Habana?
Es una conjunción del ambiente y de la gente. Yo creo que la ciudad es una ciudad barroca, no en el concepto ortodoxo de la definición estilística, sino barroca por sus costumbres, porque hay una arquitectura donde está todo lo que a cada cual le ha gustado, y La Habana es una mezcla fabulosa que dio un resultado único; es un estado de ánimo, es un ambiente, es una ciudad cubierta por un velo de decadencia, y dondequiera que se rasga ese velo, aparece la ciudad diciendo “Aquí yo estoy”. Restaura un edificio de La Habana, cualquiera que sea, de cualquier época, píntalo adecuadamente, quiere decir, nunca pintes lo que está en ruinas por dentro. El pensamiento debe ser restaurar y pintar. La pintura no es solamente ornamento; la pintura es protección, es un recubrimiento salvador de la arquitectura, en los casos de lo que debe ser pintado.
Entonces yo creo que ahí está la clave de la cosa: la ciudad es susceptible de cambiar para mejor, la ciudad está ahí; hay otras que se han perdido. Sobre todo la ciudad latinoamericana sufrió mucho de un modernismo interpretado con sentido comercial, con excepciones y cosas muy contadas de obras muy notables en cualquier ciudad latinoamericana, pero casi ninguna se salvó del expolio de esa especie de modernización pedestre; sin embargo, La Habana está ahí, se conservó La Habana. Se va perdiendo lo que se va cayendo, pero está la ciudad. Por eso, yo creo que hay que luchar por revertir de cualquier manera esta corriente. Tiene que empezarse a conservar, tiene que empezar un proceso de mantenimiento, como se dice en Cuba, de mantener. Yo quisiera elevar el concepto mantener –que es como mantener las cosas como están– a conservar y a dinamizar la ciudad. Y entonces así vamos a apreciar la sonrisa de La Habana, que se ve todas las noches en esos cientos y miles de personas que se sientan junto al muro del Malecón, que es como el gran sofá, la gran butaca donde todo el mundo encuentra un lugar para dialogar, para conversar libremente, para dialogar con el mundo, mirando al mar. No olvidemos nunca que somos una ciudad del mar como Alejandría, como Cartagena, quiere decir, una ciudad del mar en una isla que siempre está pendiente de lo que ha de venir, de lo que llega, de la novedad; una ciudad que siempre ha sido un reducto del pensar, del ser, del actuar de los cubanos, en este caso de los habaneros.

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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