“Tu nombre, Fidel, es el privilegio de Cuba”

noviembre 29, 2012

Por: Foto: Jorge Laserna

“Fidel es algo más que una realidad carnal – expresó Leal.

Las propias fotos que aparecen en la hermosa selección que estos jóvenes han realizado de la imagen pública y también de momentos de excepcional privacidad del Jefe de la Revolución, son altamente meritorias, y me redimen de hacer otro elogio que no sea el mayor reconocimiento a los que han deseado inmortalizarlo en este libro, que sin lugar a dudas se convierte ya en una de las obras de nuestra posteridad de hoy. Y es que la posteridad no es el mañana; es siempre el presente. Se construyó antes, durante, hoy y mañana. Es el fruto de una trascendencia de vida que diferencia de lo común a lo excepcional, a lo que por su naturaleza es diferente.
Es por eso que Osvaldo, Liborio, Roberto, Pablo y Alex han escogido y han trabajado a lo largo de los años estas imágenes, desde aquellas que preceden al triunfo de la Revolución y que marcan el apostolado de Fidel en el exilio, los años difíciles de persuasión y convencimiento, donde pisa la huella de su ilustre predecesor y mentor, José Martí, por las calles de Nueva York; imágenes que aparecen o no en el libro, en el cual los cubanos depositan los centavos para una causa en la cual debía empeñarse no solamente ese aporte sino la vida de muchos.
En alguna ocasión, con singular privilegio, dialogando con la personalidad central de la obra, le pregunté: “¿Usted sueña?”. Me dijo: “Sí”. Me atreví a preguntarle, con la curiosidad propia del oficio: “¿Y en qué?”. Y me dice: “En mis compañeros de lucha que ya no están”.
También me respondió que había aprendido, con los reveses y dolores de la lucha armada y de la conspiración revolucionaria, a preocuparse por el detalle mínimo de las cosas, porque en ese detalle descansaba la oportunidad, o la posibilidad mejor, de la victoria o del revés.
Al recorrer la obra de estos artistas, de estos fotógrafos –la fotografía es arte y arte mayor, sobre todo cuando trasciende de la sola realidad mecánica que existe entre el artilugio fotográfico y la realidad que nos rodea – pensamos: un privilegio solo reservado a los artistas es captar el alma de las cosas y transformarlas.
En este libro aparece, repito, la polinia figura del exilio; aparece el poderoso vindicador de las ideas; aparece el caminante incansable; aparece el soldado de la Revolución y el constructor de una utopía. Y la utopía no como algo no realizable, sino como algo posible, grande, gestado a partir del esfuerzo y la sangre de generaciones.
Fidel no cabe en un libro. Su obra, como se ha demostrado en lo que se ha dado a la imprenta de su pensamiento, es enciclopédica. Los autores que han escrito para este libro han destacado rasgos muy particulares de sus características: el Dr. Armando Hart, que le conoció tan tempranamente, no vacila en afirmar: “Si Cuba resiste y no ceja en su camino es porque los principios éticos que sustentan a la Revolución y que Fidel expresa en su práctica política y social son carne y sangre de nuestras más profundas convicciones y de nuestro proyecto revolucionario”.
Gabriel García Márquez, cuya memoria comienza a apagarse, repite todavía, según me cuenta un testigo, de cuando en cuando, una palabra críptica: Fidel. Y esa palabra del amigo queda expresada brillantemente en una semblanza insuperable. Dice él: “Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman Fidel”.

Fidel “es la encarnación de la voluntad de un pueblo indoblegable; de un pueblo que luchó como pocos para obtener una presentación o una carta de identidad ante el mundo.”

En otra parte, con renovada actualidad, dice la anécdota siguiente: “Él lo sabe. A un funcionario a quien le hizo una pregunta, le dijo: «Me ocultan verdades por no inquietarme; pero cuando por fin las descubra, me moriré por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han dejado de decirme; las más graves, sin embargo, son las verdades que se le ocultan para encubrir deficiencias pues, al lado de los enormes logros que sustentan la Revolución, los logros políticos, científicos, deportivos, culturales, hay una incompetencia burocrática colosal que afecta casi todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la felicidad doméstica»”.
Rafael Acosta hace una preciosa y hermosa semblanza. Y en sus palabras, concluye diciendo: “Hay que reconocer que Fidel le otorgó una importancia capital al uso político y divulgativo de la fotografía, y en esa concepción dedicó muchos recursos a la documentación de la vida político-social del país y a la suya propia”.
En esta afirmación del crítico de arte, del Dr. Acosta de Arriba, está presente algo muy importante, y es el concepto de Fidel de la Historia; ese concepto que le lleva a conservar no solo en la memoria viva, sino en el documental, en lo que ha de quedar para las generaciones futuras, en la prueba que ha de ser el testigo principal de nuestros empeños, de nuestros sufrimientos, de la razones de su lucha.
Lo más impresionante de su carrera política no es solamente cuanto hizo, sino cuanto dejó de hacer. Él mismo lo dijo una vez y lo escuché: “¡Cuántas cosas se nos quedaron por hacer!”. Porque, como revolucionario, siempre ha tenido y tiene la aspiración de ir más allá, de alcanzar todo lo posible, de lograr lo imposible, si fuese posible.
Es la encarnación de la voluntad de un pueblo indoblegable; de un pueblo que luchó como pocos para obtener una presentación o una carta de identidad ante el mundo.
Hijo de un soldado de la guerra de Cuba, siempre sintió la admiración por aquel campesino robusto que fue no solo de nombre, sino también de espíritu, el ángel de una familia. Aquel que llegando prácticamente sin nada a Cuba, labró la fortuna con el pie en el arado, rodeado por aquellos que supieron acompañarle y seguirle, creando en aquel espacio, donde se contenían por los cuatro costados de sus tierras los latifundios norteamericanos, una utopía que quizás fue precursora del sueño de sus hijos.
Enma me dijo una vez que cuando Fidel regresó a Birán, en una de las últimas oportunidades, el padre le dijo: “Vienes a buscar al más chiquito”. También me contó que fue necesario dar ciertas explicaciones a su hermana Lydia de por qué razón no iría de nuevo una de las hermanas a una escuela y por qué tomaría Fidel otro destino. Pero al final de la carta, dictada por el padre, había una sentencia, que con amor filial colocó al pie de las letras dictadas por su mentor: “En cuanto a Fidel, hará lo que crea más oportuno”.
Este fue en definitiva su propio destino: nunca pudo volver a aquel sitio. En la cárcel, se supo que las llamas consumieron la utopía de Birán. Y cuando el hermano le repitió dos veces en el mismo presidio: “Se ha quemado Birán”, le respondió: “¿Y qué?”.
La renuncia, el despojo de lo propio, la necesidad de entregar a la causa todo: la leontina y el ancla de brillantes, el reloj –regalo del padre al hijo pródigo y al alumno eminente–, el cariño y el afecto que nunca dejó de tributar a los suyos, el amor por su tierra, por su colegio, por su escuela, hicieron de él, para los compañeros de generación, una figura deslumbrante y atractiva.
Es por eso que cuando el próximo 28 de enero conmemoremos el 60 aniversario de la Marcha de las Antorchas, descendiendo por la Escalinata Universitaria, volverán a aparecer las figuras, los perfiles solo visibles para nosotros, los que entendemos la doctrina, los que seguimos la causa, los que enjugamos lágrimas en momentos de grandes pérdidas, los que vimos aparecer desde la remota edad de nuestras propias vidas el rostro de un hombre hasta percibirlo ahora, cuando en el prado sencillo de su jardín cultiva plantas; cuando piensa, como Sócrates, junto a la roca donde deposita su mano, en el destino cierto de su Patria.
Cuando desciendan por la Escalinata los jóvenes de otras generaciones, será el muchacho que fue a buscar a Birán el que de nuevo lleve la bandera, renovando una lealtad que unió más que a dos hermanos, a dos revolucionarios en una identidad de proyectos.
Fidel es algo más que una realidad carnal: Fidel fue el sueño de Cuba. Fidel logró lo que no fue posible a los padres fundadores, ni al agónico prócer de San Lorenzo, ni al Titán caído a los 51 años, ni al bayardo derrumbado a los 32. Él tuvo el privilegio que no le fue conferido a Martí, que en el momento de su agonía final atraviesa el campo de batalla en un blanco caballo, entregándose en brazos de la muerte, creyendo que su verso y su pensamiento renacerían con una fuerza, como los grandes árboles que vio por última vez contra el cielo azul de Cuba.
Solo Fidel logró la unidad nacional, el don más precioso; solo él puso paz a las discordias. Tuvo la mano firme para reprimir la traición y la debilidad; levantó el espíritu del pueblo en momentos de fatiga; cruzó impávido los más difíciles momentos, y resultó indemne a todo cuanto sus enemigos pudieron hacer en contra suya. No existió bala, ni veneno, ni perversa conspiración, ni palabra que perturbase su tranquilidad y su serenidad espiritual. Por eso ahora, no como Bolívar, con la decepción terrible que le acompaña a la hora de su muerte en Santa Marta, sino como un libertador consumado, espera –como lo clamó un día ante el juez–, el juicio de la historia. Espera el juicio de la historia que proferirá su fallo.
Hermoso momento es este, en que se presenta este libro.
Agradezco profundamente a sus autores por haber recopilado tan hermosa gama de algunas de las figuras que tuvieron el privilegio de conocerle y de retratarle. Faltan otros muchos. Conocí al que tuvo la especial dedicación de pintar un retrato para él, de los cuales uno solo está perdido, seguramente en manos de un admirador en alguna colección secreta; pero volvió una y otra vez para delinear su rostro. Estuve presente cuando se pintaron los dos últimos retratos. Y el artista, que sufría extraordinariamente en el acto de la creación, y jadeaba, y trataba de hallar el alma de su retratado, decía: “Hay algo en sus manos muy particular, hay algo en sus manos donde hay algo más que el fusil y la pluma: hay una cierta dulzura, un encanto, una fortaleza, una suavidad, todo eso hay en esa mano”; así decía su gran amigo, el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín.
Por eso ahora, vaya hasta la casa donde vive y piensa, el recuerdo de sus amigos y el de sus devotos admiradores. Vaya hacia él nuestra lealtad y el culto a su nombre.
En lo personal, al agradecerte, Alex, y especialmente a tu madre, Dalia, que ha consagrado su vida a cuidar de Fidel, en nombre de todos los que le amamos –con dedicación, con abnegación y con la más importante palabra de todas las que puedan hallarse en el castellano: con amor infinito–, vaya esta dedicatoria.
Nosotros seremos siempre mucho más que revolucionarios. Seremos fidelistas, con orgullo, como se dijo una vez martianos, como se dijo una vez cespedianos.
Tu nombre, Fidel, es el privilegio de Cuba, es el privilegio de nuestro tiempo. ¡Levántese sobre el infinito azul la estrella solitaria con que la Patria te besó en la frente!
Muchas gracias

CubaEusebio LealFidel CastroFotografíaHistoriaLibro

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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